La cultura invisible
La cultura invisible
Por Dagoberto Espinoza Murra
El martes diez, en la sede de la Asociación de Médicos Jubilados, tuvimos la suerte de escuchar al actor de teatro Tito Estrada, hablándonos de lo que él llama la cultura invisible. Aunque no conceptualizó el tema señalado, sí puso una serie de ejemplos que nos permitieron seguir con atención su discurso. En un momento nos dijo que el trato diario con las personas de nuestro entorno nos hacen ver las cosas con toda naturalidad; pero si en un grupo se incorpora, por ejemplo, un mexicano, inmediatamente el “cantadito de sus palabras” llamará nuestra atención y repararemos en su comportamiento y otros elementos culturales que lo hacen diferente a los que configuraban el grupo inicial.
Otro ejemplo que llamó la atención de los asistentes fue cuando el invitado relató una experiencia en una aldea del departamento de Lempira. En un caserío dos familias muy pobres tenían varios hijos. Aunque posiblemente consumían los mismos alimentos, los niños de una de las casas mostraban signos evidentes de desnutrición; en tanto que los del hogar vecino parecían sanos. Como su trabajo era conocer la cultura de esas comunidades, en compañía de una joven extranjera visitó aquellas familias campesinas. En una casa la madre -como dicen los mexicanos- apapachaba a sus hijos y les ponía la comida sobre la rústica mesa, diciéndoles: “Esta comida (tortilla, sal y un huevo tibio) está sabrosa y por eso ustedes se ven muy bonitos. Los niños comían alegremente y pasaba lo mismo en el almuerzo y la cena cuando les servían “frijoles parados” y la infaltable tortilla.
En la otra casa la relación afectiva era diferente: La madre, cansada, con rostro adusto, colocaba la comida en una mesa descuidada y le decía a los hijos: “Vaya, coman rápido, que tengo que hacer el aseo de la casa”. Como los niños no se interesaban por los alimentos, la madre los regañaba y hacía venir al marido para que obligara a los pequeños a consumir las tortillas y el huevo tibio. Los pequeños decían, con lágrimas en los ojos, que no tenían hambre y, cuando el padre los amenazaba con la faja, lloraban y hasta vomitaban la comida. Será fácil adivinar -decía el conferenciante- en cuál de las casas habían niños desnutridos.
Uno de los colegas, Mario Ally Vallecillo, que escuchaba con mucha atención la conferencia, le preguntó al expositor el concepto de “Cultura”. El licenciado Estrada dijo que había muchas definiciones, pero para los fines de la reunión que nos congregaba, era de la opinión que valía la pena familiarizarse con lo que nos dice la UNESCO. Sacó uno de sus papeles y nos leyó lo siguiente: “La cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social”. Hubo un momento de silencio y luego prosiguió: “Ella -la cultura- engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Al escuchar estos conceptos recordé un trabajo que publicamos hace más de tres décadas en el boletín “ADELANTE”, de la Facultad de Ciencias Médicas. En aquella ocasión decíamos que la cultura es el conjunto de valores materiales y espirituales creados por el hombre en la práctica histórico-social y que necesita como punto de apoyo para continuar su marcha hacia el futuro. Sin cultura -agregábamos-, es decir sin lo que el hombre mismo crea al enfrentarse a la naturaleza, no se concibe la existencia humana. Luego citábamos a Ramón Rosa cuando definió la cultura como “la atmósfera que respiran los pueblos, sin la cual no puede realizar su destino”.
Al finalizar la exposición hubo amplios comentarios y agudas preguntas, algunas de las cuales fueron contestadas de manera satisfactoria para los presentes. Sin embargo, quedó pendiente la conceptualización de lo que el visitante tituló como “La cultura invisible”. También se nos ofreció hablar, en una próxima conferencia, de lo que algunos autores llaman “Cultura política”, diferente, desde luego, de la cultura de la mentira y el engaño que tantos males le ha causado a nuestro país.
“La cultura -leemos en algunos documentos de la UNESCO- da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos”.
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