¡Economía, querido amigo, economía!
¡Economía, querido amigo, economía!
Por Segisfredo Infante
Algunos reconvierten esta frase en una ofensa personal punzante, cuando desean acorralar a ciertos adversarios políticos incómodos, quizás latosos. Pero en la historia de las ideas la encontramos, primeramente, en un diálogo poético del “Príncipe Hamlet”, que es la obra cumbre, en su periodo de madurez, de William Shakespeare. Cuando Horacio pretende indagar la causa de por qué los mismos banquetes sirven para unos funerales y al mismo tiempo para el anuncio de una boda incestuosa inminente, el dubitativo príncipe de Dinamarca le contesta a su más querido amigo: “Economía, Horacio, economía”. Se trata de dos cosas: de la economía nacional doméstica de la Dinamarca medieval por un lado, y de la economía del lenguaje otoñal a que ha llegado Shakespeare al final de su voluminosa obra dramática inmortal; intensa.
La alusión a Shakespeare viene al caso en la elipsis anual de los cuatrocientos años de su lejano fallecimiento. Sin embargo, siempre viene al caso, al margen de las consabidas conmemoraciones. He tenido ocasión de escribir, conferenciar y conversar sobre el “Hamlet” en varias oportunidades, a lo largo de mi vida. Hay constancia de ello en la memoria fiel de los amigos, en la televisión, en los periódicos y en las revistas. O tal vez todo se ha desleído, como se deslíen, quizás, casi todas las cosas terrenales. Las penúltimas veces he traído a colación, en fechas recientes, el lenguaje y las técnicas de Shakespeare en el “Centro Cultural Español”, acompañado por el embajador don Miguel Albero y otros amigos; en el Centro Regional Universitario de la UNAH en Danlí, frente a una multitud de estudiantes y profesores; y en unas conversaciones informales, o privadas, con mis amigos intelectuales el teatrista Tito Ochoa Camacho y el ensayista José D. López Lazo. De todas maneras existe una “inmensa minoría” (palabras paradójicas que le gustaban al poeta Juan Ramón Jiménez) que ha conocido la obra de William Shakespeare; o cuando menos al inolvidable y dubitativo príncipe “Hamlet”.
Es el caso que algunos argumentos económicos han sido fraguados, en forma primigenia, por los profetas y los filósofos; e incluso por los poetas. Recordemos, para empezar, la leyenda sólida de “José el soñador” en la Torá o Pentateuco. Luego Aristóteles acuñó, desde la filosofía, los primeros rudimentos de la administración doméstica griega que muchos siglos más tarde habría de bautizarse, en Europa Occidental, como “ciencia económica”. Pero los padres de la económica clásica moderna fueron primariamente médicos y cirujanos como en el caso de Francois Quesnay; o filósofos de la cátedra de moral, como el siempre recordado Adam Smith. Por eso la economía surge como una “ciencia social”; en consecuencia inexacta. Con los “modelitos” matemáticos, sin embargo, se ha pretendido convertirla en una ciencia de predicciones exactas. Pero casi todos han fallado. Inclusive los que a finales de los años noventas y comienzos del siglo veintiuno, pretendieron inyectarle valores de la física cuántica. Y es que hasta las mismas matemáticas (otros prefieren, en singular, el nombre de esta disciplina) han demostrado ser, desde el punto de vista formalizado, incompletas e inexactas, sobre todo cuando se trata de enfrentarlas a los fenómenos de la realidad multilátera concreta, en que esta ciencia se hace añicos, como en algún momento lo sugirió Albert Einstein. A la inexactitud de la econometría se suma el valor “equis” del ser humano, que de suyo es un ser impredecible, sin desconocer, en ningún momento, las formidables aproximaciones estadísticas.
Este artículo es un preludio para volvernos a centrar, en el futuro inmediato, sobre algunos problemas económicos serios que los hondureños arrastramos desde el siglo diecinueve, con soluciones orilleras, a las que se han sumado los problemas irresueltos del siglo veinte y los grandes desafíos de comienzos del veintiuno. Es inconcebible que ahora mismo, en un país de vocación agroforestal, nuestro sobreviviente bosque de pinos se encuentre bajo amenaza de muerte por causa de la deshidratación de nuestros árboles y la acción corrosiva del gorgojo barrenador. Mientras en Finlandia (un país altamente desarrollado) se organizan actividades y festejos agrícolas en todo el territorio, con siembra de árboles por doquier, en Honduras, un país tropical, estamos a punto de convertirnos en un seudodesierto abrasador, como lo hemos anticipado en otros artículos, desde marzo de 1995. Y en un programa televisivo reciente, con el ingeniero don Antonio Aragón (experto en sistemas de riego de la SAG), y el profesor y politólogo don Benjamín Santos.
No permitiremos que nadie nos arrastre o empuje al alegato político cuasi estéril, mientras nuestro pueblo se encuentre desempleado, semi-empleado o hambriento, con asesinatos cotidianos y la seguridad ciudadana a medio palo. Hay problemas graves inmediatos y de largo plazo que se vienen posponiendo desde el siglo diecinueve. Entretanto hemos perdido casi dos siglos de historia en la jerigonza política cotidiana.
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