Modo de educar pueblos
Modo de educar pueblos
JULIO ESCOTO
La excesiva presencia de fuerza militar en la vida pública hondureña obedece tanto a un efecto de deterioro como a una construcción. Deterioro porque es obvio que vivimos groseros procesos de degrado jurídico: la autoridad comenzó haciendo llamadas verbales y no funcionó, por lo que debió recurrir al látigo, y como este fallara adoptó sucesivamente el tolete, la verga de toro, pistola, yatagán, capucha, rifle y últimamente el ametrallador. Pero asimismo, en paralelo, ya que fue insuficiente la amenaza de cárcel, surgieron el exilio, el secuestro, la tortura y el asesinato estatal para acallar disidentes.
Sistemas, modelos, modos y procedimientos fracasaron, no solo por ser inadecuados para nuestras particulares condición y situación humanas sino, adicional, por una terrible e irreversible ineficiencia de las élites dirigentes, durante 150 años improvisadas, ineptas, incapaces, nada profesionales y sí chocarreras. Mal caballo y mal jinete tropiezan en la arena.
Pero el militarismo abusivo y omnipresente es a la vez producto de toda una estrategia cuidadosamente reflexionada y arbolada para hacer “reeducación” sobre una ciudadanía que, tras cierta vocación pacifista tradicional y ciertos intentos reformistas del pasado y la supresión del reclutamiento obligatorio (Reina), estaba por ––peligrosamente–– desbordarse a la democraticidad y la civilidad permanentes. El intento de la cuarta urna fue el epinicio de tal “abuso” civilizador, por lo que las castas superiores determinaron desligar para siempre a las fuerzas armadas del pueblo.
A ese pueblo debe remodelárselo, entonces, reformatearlo, reingenierarlo desde dentro. Y es para ello que sirven los retenes de carretera, no para confiscar drogas ni contrabando sino para acostumbrar psíquicamente al ciudadano medio a la existencia, vigencia y prepotencia inescapable de “la autoridad”… Te detienes o te detienen, no hay opción. Y para lo mismo los controles urbanos, estúpidamente situados a la salida de casetas de peaje. Pero no es tal estupidez: el control ha sido colocado allí precisamente para que rebuznes y refunfuñes, para que protestes y reconozcas tu sometimiento, vulnerabilidad y dobleguez casi de sentido religioso: alguien Grande manda desde arriba, te obliga a obedecer.
Para eso se abren escuelas cívicas infantiles en los cuarteles; para ello pagas el “tasón” y se asigna miembros militares en aduanas, ENEE, Conatel, Hondutel, hospitales, Copeco, Cruz Roja, vigilancia de escuelas y colegios (tarea de policía), ronda urbana en automóvil, pero sobre todo, piensa pensador, se satura con uniformados al íntegro sistema de migración en fronteras y aeropuertos, donde te toman foto y dactilares (que absolutamente nadie más exige en Latinoamérica) y luego otro fulano pide el pasaporte para comprobar si pasaste foto y digitales, y arriba dos en traje de combate, M-15 a mano, “leen” en seis segundos el documento y “comprueban” no ser falso y por último, tras casi desnudarte, ¡siete chequeos después!, te desean buen viaje desde el país de la felicidad…
Cuanto buscan es militarizarte, sembrarte un chafa a la cabeza, que se te incrustará en definitivo si no te lo zafas en los próximos años, antes que te ecualicen, que la reeducación te estandarice y empieces a decir “qué dicha más grande nacer en Honduras…” echando por la borda a una nación sin violencia, nación de paz y cultura, república sin armas ni imposición ni autoritarismos, que es como corresponde a la democracia real y equitativa, construida desde la base misma de la civilidad, única fuente casi sacramental de la civilización.
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