La madre y la ley

La madre y la ley


 
Hace unos días sucedió un hecho curioso en el aeropuerto sampedrano. Una mujer de origen francés fue detenida por portar una cantidad de dólares no permitida por la ley, al menos que sea declarada al momento de la salida; los medios se hicieron eco de su origen y de su descuido. Por esa razón fue llevada directamente al Centro Penal Sampedrano a purgar su culpa como cualquier mortal debiera hacerlo. La Ley es clara, si usted lleva más de 10,000 dólares debe declararlos ante la autoridad al momento de su salida por un puerto aéreo, caso contrario, tendrá que enfrentar las consecuencias legales, y aunque la ciudadana francesa alegó que no le dieron tiempo de demostrar en el acto la legitimidad de su efectivo, la falta de declaración tipifica la infracción legal. Hasta aquí todo era normal, una infracción, una detenida, una presa. Pero esta historia dio para más.

Al siguiente día, los medios hablaban de humillación, de injusticia, de una ley que hay que cambiar, de falta de respeto de las autoridades que cometieron aquella detención, de una ley inquisitorial aplicada a rajatabla sin ninguna consideración. ¿El por qué de tanto alboroto? Horas después de producida la detención de la ciudadana francesa, los medios hurgaron en su hoja de vida y varios conocidos suyos hondureños, dieron a conocer que la persona detenida no era una simple ciudadana francesa, sino una destacada antropóloga francesa que ha hecho tantos descubrimientos científicos como para ser premiada, respetada y loada en todo el mundo. Tanto que alguien se atrevió a decir que en otras partes la premiaban y aquí la castigaban, la humillaban, la metían al peor centro penal del mundo y no le daban las garantías legales para defenderse. La ley, tímida, humilde, quedó rezagada en un rincón del aeropuerto, triste de haber cometido semejante atropello a tal personalidad, acusó conciencia de no haber previsto que quien violara la ley, si se tratara de alguien famoso, debía ser premiado en vez de detenido. Actitud propia de nuestra cultura y nuestra idiosincrasia en la cual el respeto a la ley se mide por el dinero, la posición o la fama del infractor.

¿Y las madres qué tienen que ver aquí? Pues les pasa algo parecido. Hay quienes se incomodan, se ofenden y hasta se sienten humillados de saber que su madre es una mujer que desde la madrugada pone tortillas sobre un fogón para llevar el sustento a sus vástagos; les da pena saber que su madre apenas mastica las vocales, aunque a ellos les haya hecho conocer el universo completo del vocabulario. No las presentan en sociedad, les puede hacer pasar vergüenzas y para asistir a un evento necesitan ensayar las preguntas y las posibles respuestas. Pero esas mujeres merecen un premio, esas madres llevan ese adjetivo con mucho honor, esas mujeres pueden ser humildes, pueden ser analfabetas pero se les debe más reconocimiento que cualquiera que en un cartón posee todas las letras del alfabeto.

Renegar de nuestra madre porque sea humilde, porque sea iletrada, de hablar locuaz, de temple franco y carácter firme es renegar de nosotros mismos, es como mirarnos a un espejo y señalarnos los propios defectos. De esas mujeres humildes, simples, locuaces, dicharacheras, alegres, pero firmes, todos nos hemos nutrido.
Ellas forjaron para nosotros un camino brillante y como estaban en el principio, también lo estarán al final, ellas siempre son el apoyo incondicional cuando todos nos dan la espalda, son sus palabras simples, son sus dichos populares y su sabiduría forjada en la escuela de la vida la que nos devuelve el ánimo, la que nos da esperanza y nos brinda solaz cuando el sol de la vida calienta por todos lados. Aquí solo me resta recordar un dicho de los abogados respecto a la ley. Los letrados dicen que la ley es como nuestra madre, aunque tuerta, coja, renca o ciega es la ley y hay que respetarla.

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