Poderoso caballero
Editorial La Prensa
"La política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir"
Jacques Benigne Bossuet
“Poderoso caballero es don dinero…” decía don Francisco de Quevedo y Villegas en uno de sus versos más conocidos. Y aunque han pasado cerca de cuatrocientos años desde que lo escribiera, así como la naturaleza humana sigue siendo la misma, las propiedades que la acompañan también.
Hay en el ser humano un deseo natural de atesorar bienes que ha sido la causa de más de una guerra, de infinidad de crímenes, de rupturas familiares, en fin, de todo tipo de manifestaciones de lo peor que hay en su interior. Las amistades más entrañables, los matrimonios más sólidos, las relaciones fraternas más cálidas, se han visto dañadas, estropeadas, destruidas por la ambición desmedida de dinero.
Por eso no debe extrañarnos cuando, a propósito de la depuración policial, las investigaciones nos van mostrando cómo un oficial, con un salario que no llegaba a los cincuenta mil lempiras, llegó a amasar una fortuna y a poseer propiedades valoradas en millones. ¿Capacidad de ahorro? Imposible. Aunque hubiera pasado hambre, aunque nunca se hubiera enfermado, aunque hubiera educado a los hijos en la escuela pública del barrio o la colonia, aunque hubiera puesto en el banco su salario íntegro, supuestos todos estos irreales, no habría nunca sido posible que alguien llegara a tener una cuenta corriente con tantos dígitos.
La corrupción es un fenómeno universal, no han hecho falta esfuerzos para globalizarlo. En casi todos los países del mundo se descubren, con periodicidad, nuevos escándalos en los que han terminado embarrados todo tipo de personajes sin importar su nivel académico, su cargo, su filiación política e, incluso, religiosa. Palabras como Vatiliks, Petrobras o Panama Papers, han, llegado a formar parte del anecdotario cotidiano. Cada vez que se destapa una nueva olla putrefacta da ganas de taparse los ojos y de decir: otra más, suficiente, que la gente honrada salga de donde está escondida y nos ayude a recuperar la confianza en los que nos gobiernan y en los que se han acostumbrado a quedarse con lo ajeno, a tomar lo que no les pertenece.
La pobreza es incómoda, es cierto; las personas necesitamos un mínimo de comodidad para vivir con dignidad. Pero la batalla contra las limitaciones materiales no puede ni debe ganarse robando. Cuando alguien se apropia del dinero del Estado, para el caso, está impidiendo que se construyan más escuelas, que se surtan las farmacias de los centros de salud y los hospitales públicos, que se abra un nuevo camino o carretera. El culpable de que un niño muera, de que un ciudadano no pueda asistir a la escuela, de que se pierda una cosecha por no poder sacarla hacia el mercado, es el ladrón, el corrupto, el que se ha puesto al servicio de ese poderoso caballero que se llama don dinero.
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