La educación como práctica científica y social que humaniza

La educación como práctica científica y social que humaniza



JORGE FLORES SILVA

Con frecuencia se escucha hablar de educar en valores, esto no es del todo correcto en virtud de que si es educación, se educa en valores, de lo contrario no sería educación. También se oye decir que “se han perdido los valores”, otro error, porque lo abstracto no se pierde y el valor es algo abstracto, está allí, pero quizá no se ejercite. Lo trascendente en la vida no cambia, no desaparece, ni se ve ni envejece, ejemplo de ello es el amor y las virtudes. Los antiguos griegos hablaban del ágape, de filia, de eros, en referencia al amor de entrega, al amor de amistad y al amor de deseo o atracción, el último se ha desvirtuado hasta convertirse en erótico, donde la persona corre el riesgo que se le vea solo como objeto de placer. Sin embargo, los antiguos griegos hablaban poco del amor ágape, que implica sacrificio por la persona amada, como es el caso del amor de madre o el amor perfecto del Creador. Todo esto se refleja en la educación que humaniza y socializa. Educar es amar, se pueden tener muchos títulos académicos y no ser educado, porque tener mucha información no necesariamente significa ser educado. Hallamos personas sencillas con poca o ninguna escolaridad que piden permiso, saludan, dan gracias…, también profesionales con posgrados de las mejores universidades que no saludan, no piden permiso, etc. Solamente cuando valoramos lo invisible, como parte del deber ser, crecemos como persona, porque las personas crecemos o nos degradamos conforme actuamos y nos relacionamos con los demás. No somos perfectos, pero somos perfectibles.

La información la analizamos para convertirla en conocimiento, que implica un compromiso ético de darle sentido social, compartiéndolo con objetividad para ver el mundo y los acontecimientos de la vida tal como son y no como quisiéramos que fueran. Lo que tampoco significa apartarse de la subjetividad porque ante todo somos humanos y como tal somos sujetos. En un mundo donde se mercantiliza hasta el conocimiento, se invierten los papeles, las cosas se convierten en sujeto y al ser humano se le ve como objeto que puede soportarlo todo, en virtud de que el fundamento del currículo es y ha sido el utilitarismo para el aparato productivo de acuerdo a las exigencias de la economía global, cuyos valores son las leyes del mercado. Mercado que se absolutiza, donde todo se ve como capital, hasta el ser humano, por eso hoy se habla de capital humano, término cuestionable desde el punto de vista ético.

En un modelo tecnocrático el docente deja de ser agente activo de la práctica epistemológica, reduciendo su accionar a la simple ejecución del currículo. La educación debe concebirse como una práctica científica y social que construye conocimiento y prepara al individuo para insertarse en un mundo complejo lleno de incertidumbre, lo cultive en valores y asuma el aprendizaje como función científica, continua y permanente. Atento a las nuevas tendencias, con enfoque ecléctico para combinar distintos paradigmas y así aplicar un currículo integral. Toda tarea educativa es también propuesta ética porque humaniza y socializa, combinando lo técnico con lo humano, el “para qué” no solo “el cómo” de las cosas. La búsqueda de la verdad debe ser el objeto propio del deseo de saber, buscar la verdad en la ciencia, en la cultura, en las relaciones con los demás, verdad que no se circunscribe únicamente a la verdad científica, sino ir más allá, hasta llegar a la verdad filosófica y religiosa conscientes de que hay distintas percepciones de la realidad, pero solo una es la verdad. Armonizar lo conceptual con el procedimiento y lo actitudinal es el reto.

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