Los efectos de la drogadicción

Los efectos de la drogadicción

 

Monseñor Emiliani, tengo una rabia contenida en mi alma desde hace muchos años. Odio a mi hermano mayor. Nos hizo la vida imposible a todos en la familia. Siempre fue grosero, altanero, busca pleitos. Nos golpeaba a los más pequeños. Mi padre lo mandó a una academia militar privada en los Estados Unidos para ver si se corregía. Vino peor. Fumaba marihuana, chocaba los carros de mi papá, dejó embarazadas a dos muchachas. Se metió con la mujer de un político. Se agarró a tiros con el señor ese. Los dos heridos estuvieron un tiempo en el mismo hospital. Un día fue a su habitación y lo golpeó. En ese entonces se drogaba con cocaína. Mi papá lo mandó de nuevo fuera del país y estuvo en México en un centro de rehabilitación de drogadictos. Volvió supuestamente recuperado. Se metió a la universidad. Al año ya estaba drogándose de nuevo. Mi papá tiene camiones de carga y al final le regaló dos camiones para que los pusiera a trabajar. Eso fue su gran error. Vivió en un apartamento. Allí organizaba orgías, se drogaban, hacían escándalo. Los vecinos llamaron varias veces a la Policía y un día se agarró a golpes con un vecino y casi lo mata. Cayó preso. Allí estuvo un tiempo corto porque mi papá pagó un abogado que lo sacó. Somos cuatro hermanos, tres ya tenemos carrera. Mi mamá murió. Volviendo a mi hermano, un día hizo una trampa a mi papá y le robó una cantidad enorme de dinero; para ese entonces ya había vendido de mala manera los dos camiones y, para rematar, se metió con la novia de mi hermano menor enamorándola y casi, al final, la viola. Ella reaccionó bien y pudo escapársele. Pero lo coqueteaba y por eso mi hermano menor rompió con ella; tengo ganas de matarlo, sinceramente ya no lo aguantamos. Más de una vez he sacado mi pistola con ganas de ir a su casa. Ya nos tiene hartos.

Mire, no se convierta en un Caín manchando de sangre sus manos al matar a su hermano. Su dolor y su ira tienen una fuerza que descontrolada podrían dar pie a una tragedia. No levante su mano y menos empuñe un arma contra su hermano. Matar a una persona lo convierte en enemigo de Dios. Matar a alguien, no importa el que sea, implica profanar algo tan sagrado como la vida. Arrancar con sus manos la vida de un ser humano lo convierte a usted en usurpador del puesto de Dios, quien es el único dueño de la existencia de cada uno y quien puede disponer de nosotros. Usted se convierte entonces en un dios falso, ocupando el trono divino y actuando como si fuera el Creador. Eso lo hace a usted enemigo de Dios y sería entonces reo del tribunal divino y candidato claro a la muerte eterna. Dios es el dueño de todo y nadie puede tomarse algo que no le pertenece, sobre todo la vida de un ser humano. Su odio hacia su hermano es grande y usted mismo se hace daño y al contaminar su alma de ese rencor, se amarga la vida, se convierte en un ser odioso, cruel. Y eso no lo quiere Dios ni tampoco usted mismo. Su existencia se va agotando en un derroche de energía que se pudre vertiéndola en el lodazal de los sentimientos negativos, sucios, venenosos.

Su hermano es un adicto, un enfermo mental, y él vive un infierno insoportable. Él lo sabe y al compararse con ustedes él siente dolor, frustración. Él sabe que es un fracasado. Y claro, esta sensación de inutilidad que él siente lo lleva a consumir más droga, para tranquilizarse un rato, tener una euforia ficticia, sin contenido en acciones buenas. Cuando deja de sentir los efectos de la droga, vuelve a desarrollar un descontento y amargura y eso lo hace más violento. Yo le aconsejo que transforme su ira en compasión, en lástima, por su hermano. Él vive una existencia desecha, que se desmorona, que se hunde en un abismo sin fondo, hasta que acabe muerto cualquier día por sobredosis, un accidente o alguien le haga un daño mortal. Busque la manera de que él entienda su tragedia y acudan de nuevo al auxilio de algún centro de rehabilitación y que él comience un cambio radical. Ahora bien, sin Dios no lo logrará. Él tiene que arrodillarse ante el Señor, reconocer que solo no puede y pedir a Dios rompa las cadenas de la adicción. Sabemos que eso es posible porque con Dios somos invencibles.

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