Discurso vacío e intransigente
Discurso vacío e intransigente
Por Juan Ramón Martínez
El discurso público en Honduras –o lo que decimos en su conjunto los hondureños, de todos los niveles de la sociedad– tiene algunas características fácilmente identificables. Es vacío, cargado de expresiones duras y amenazantes; e intransigente, absolutamente. Los políticos, los maestros –de primaria, secundaria y universitaria– las autoridades, los intelectuales, los periodistas, los columnistas y los líderes de la sociedad civil, hablan en forma apurada, dicen muy poco de sus apreciaciones sobre la realidad –percibida a vuelo de pájaro–, sus juicios muestran un tono infantil y carecen de propuesta alguna. Los que lo intentan no pasan más allá de los mismos lugares comunes que venimos oyendo en los últimos treinta años. Con escasa imaginación. Sin profundidad alguna, apenas, similar a la de un charco que se forma, en una superficie plana, después de un aguacero torrencial. Tal falta de profundidad y por supuesto de seriedad, tienen mucho que ver con la debilidad intelectual de los actores de la vida pública, la escasa conciencia histórica que exhiben y la ausencia casi total al acceso, al conocimiento universal acumulado y a la reflexión filosófica.
Esto no es accidental. El sistema de reproducción de ideas, se ha debilitado enormemente. Hace un tiempo, los discursos de los presidentes eran piezas coleccionables, que terminaban convertidas en libros útiles para que los historiadores, pudieran entender las ideas que los animaban. Creo que uno de los primeros que publicó sus discursos, en el período de la recuperación democrática, en forma de libro, fue Roberto Suazo Córdova, debido a su necesidad de trascender a sus cuatro años de gobierno, defendiendo sus acciones, muchas de ellas rodeadas de controversias y contradicciones. Y a que, tenía en su gabinete, a Edgardo Paz Barnica. Después, solo Carlos Roberto Reina –que contaba con el respaldo teórico de Dante Gabriel Ramírez– ordenó sus discursos y los publicó en forma de libro. Los gobernantes de ahora, no les gustan los intelectuales y rechazan que les escriban discursos, contrario a Oswaldo López Arellano que no teniendo capacidad de improvisar, leía las piezas esclarecedoras y motivadoras de Alejandro Castro hijo; o Carlos Flores que aunque podía hablar espontáneamente, quería dejar para la historia su palabra definida, respaldado por Herman Allan Padgett. Ahora, Marvin Ponce, muy poco puede hacer por JOH, que además, no parece tener interés en este tipo de consideraciones teóricas, trascendentes.
Pero al margen de lo anterior, el discurso que apreciamos en este momento, es uno que además de vacío, es duro, intransigente, excluyente y muy emotivo. Está basado en la creencia que la verdad, es una cosa simple y sencilla, acumulada en el pensamiento de los que creen, en algunos momentos, dirigir al país. Y lo que es peor: solo sale de la boca de los gobernantes; pero los de más peso. No se acepta, por su diversidad y complejidad, que la verdad solo es aprehensible en la medida en que se reconoce de entrada que no está en la boca de unos, sino que en el lenguaje de toda la sociedad, en la expresión de todos sus actores. Incluso en la mente inocente y sencilla de los que, tienen muchos años de no decir una palabra propia, sobre la realidad y la forma cómo transformarla.
Pero como todas las cosas vacías, el discurso que oímos es intolerante, intransigente y sectario. Detrás de las elaboraciones insustanciales y escolares, hay un basamento de inseguridad. La mayoría de los que manejan lo que se acerca a un discurso más o menos coherente, no quieren confrontarlo con el que expresan otros, calificados como adversarios suyos; o probables competencias por las posiciones que ocupan los inseguros. Complica más el hecho que el vacío e intransigente discurso que priva en la sociedad, está basado más en emociones apasionadas, que en “ideas”, surgidas de las visiones sectarias de los hechos. Lo que hace difícil, la proximidad, el diálogo que permita producir, en forma de síntesis la verdad, que nos una y obligue a la acción conjunta, hacia el logro de los objetivos nacionales. Cuando a veces se reúnen a dialogar, llegan con cartas marcadas, interesados en engañar a los otros, preparados a dificultar los acuerdos. Y cuando, obligados por la presión externa, firman acuerdos, sabiendo que sus energías se orientarán hacia su inmediato incumplimiento. Es una pena.
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