Carros blindados y los excesos del poder











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ros blindados y los excesos del poder





Adan Castelar


Una poderosa camioneta asoma la nariz en un bulevar, le sigue un carro doble cabina con militares que sacan los brazos desesperados para detener el impasable tráfico; luego con sus perturbadoras sirenas y sus luces azules y rojas se abren paso frente a lo que sea. Es una escena cotidiana en la capital, donde el derroche y el abuso oficial son inocultables.

¿Quiénes viajan protegidos en estos costosos carros blindados? Funcionarios privilegiados que no hace mucho guerreaban como todos los demás en las inclasificables calles capitalinas para llegar a sus modestos trabajos. La prerrogativa se extiende como una niebla mágica sobre toda la familia; así, la esposa también lleva vehículo y escolta al supermercado, los hijos presumen frente a sus compañeros en las escuelas, y hasta un hermano que necesite un jaloncito por ahí, o llevar a los padres a una consulta médica. Es normal para ellos.

Hay una anodina Ley de Tránsito aprobada por el Congreso Nacional; sin embargo, sucede lo mismo que con grandes obras de la literatura universal (con las diferencias brutales), todo mundo habla de ella, pero nadie la lee. El artículo 66 dice que “en caso de emergencia” tienen preferencia en las vías los vehículos de bomberos, ambulancias, Cruz Roja, policías, militares, el Presidente de la República y de las embajadas, nadie más. Se atreve esta ley inútilmente a sancionar a quienes conduzcan estos automotores con sirenas y luces cuando no van de urgencia.

También tiene la ley un insospechado artículo 81 que se refiere al uso de las luces y que nadie respeta: no se puede conducir con la luz alta en las ciudades y menos con ellas apagadas durante la noche. Además es clara sobre estos dispositivos luminosos de colores que llevan los carros de los funcionarios y que sirven para evadir los controles policiales; hay sanciones, que a nadie le aplican y a nadie le importan.

En casi todos los gobiernos se ha abusado de manera insultante con esto, unos más que otros, hasta límites insoportables; tanto, que en 2011 el presidente Porfirio Lobo prohibió a todos sus ministros el uso de sirenas y luces por la ciudad, y les ordenó que se levantaran más temprano para ir a sus oficinas y que hicieran las interminables filas como todos los ciudadanos.

Y si los funcionarios abusan de forma abominable de los vehículos del Estado y de las escoltas, algunos empresarios también copian el modelo y circulan por la ciudad cortando el tráfico con sus enormes carros y a toda velocidad, como si una ley no escrita les permitiera todos estos desajustes.

No solo amenazan con golpear a los vehículos que no les abren el paso, sino que los sofocan con sus escandalosas sirenas y sus luces prohibidas. Creen que el semáforo solo es para los demás, se saltan las medianas en los bulevares, rebasan por donde se les ocurre, y luego se estacionan como quieren en las aceras de los gimnasios, salones de belleza, hospitales, colegios y en los centros comerciales: sus vehículos son vigilados por militares o escoltas vestidos de civil. La moda ya no es la marca del carro que tiene, si no la cantidad de guardaespaldas que lleva.

Parece nimio, pero se suma a la lista de frustraciones de la población sobre los funcionarios. Ya hay indicios de fastidio frente a estas demostraciones de poder y de derroche; muchos capitalinos no le están cediendo el paso a estos abusivos y si la autoridad no actúa puede dejar algo más grave que insultos y bocinazos en estas infatigables calles.

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