Felices

Felices

LUZ ERNESTINA MEJÍA P.

Es cierto: podríamos ser felices si la seguridad, la economía y la confianza en nuestros dirigentes pasaran por un buen momento.

Si no creyéramos observar como sospechoso el acercamiento de una motocicleta, o padecer la angustia de lo insuficiente del ingreso pendiente o la certeza de que nuestros dirigentes invariablemente nos fallaran. Si por el contrario, fuéramos libres de caminar por donde nos viniera en gana, ver las necesidades satisfechas y a quienes nos conducen, austeros, responsables y eficientes.

Calles sin hoyos y sin delincuentes, la canasta básica al alcance de todos y quienes nos conducen desde los ámbitos públicos y privados, como incansables trabajadores visionarios y honrados a morir. (Ya casi el alcalde capitalino llega a ser la excepción que confirme la regla). No fue así y no es así. Se hizo semicultural el aprovechamiento de la cosa pública y de la privada ajena, en beneficio propio.

En forma descarada como sutil y hasta con elegancia. Ha sido considerado inveteradamente que el poder conlleva el disfrute ilimitado de lo que se maneja. Más allá del titular, por su familia y amistades.

Cambian de estilo, de caminar y de mirar. Incluso quienes pensamos impermeables a los efluvios del poder. Hasta ahora se está cayendo en que no podemos aceptar que siga siendo así.

Y llegamos entonces a ser convertidos a una lucha anticorrupción compulsiva, en la que no se distinguen honrados de ladrones y se condenan socialmente inocentes y culpables. La condena judicial se vuelve intrascendente. Por eso debemos aferrarnos a la aplicación de la ley a todos por igual, aunque sea por interés personal, por si un día toca.

Hacer lo correcto con los demás y con nosotros mismos, valorar lo que tenemos, aunque sea muy poco. Aplicar la exhortación de Saulo de Tarso: “Estad alegres, orad sin cesar y dar gracias por todo”. Ser felices es una decisión personal, no depende ni de la seguridad ni de la economía ni de nuestros dirigentes. Y buscar a Dios, nunca falla.