Pesadilla

Pesadilla

Por Armando Cerrato

A mis 68 años de edad estoy tuerto, renco y posiblemente rancio, no sé porque nunca enronquecí, desde hace cuarenta años no fumo, desde hace diez no bebo y desde hace tres no bailo.

Por tanto, si más de algunas de mis apreciaciones sobre el acontecer nacional resultan acertadas y gustan a algunos lectores, puedo asegurarles que no son producto más que de la reflexión profunda que da la madurez.

Como la vida me ha confinado en casa y de cuando en vez me sacan a darme un aire diferente, usualmente a un supermercado o alguno de los pueblos cercanos a Tegucigalpa, donde se puede conseguir alguna artesanía y comer típicamente, descarto que la inspiración me llegue por la inhalación indirecta del humo alucinógeno que se desprende de las sustancias que fuman abiertamente nuestros jóvenes hoy en día.

En los restaurantes trato de conseguir mesa lejos del bar, para que las emanaciones aromáticas de la cerveza, el guaro, el vermut, el bourbon, el brandy, la ginebra, el champagne, el vino, el whisky, y otras bebidas espirituosas que podrían tocar mi subconsciente y tentarme a volver a consumirlas, no me llegue.

Mi día medicamentoso comienza con una pastilla en ayunas para regular funciones tiroideas, sigue con una glucometría, una inyección de insulina según la curva medida en ayunas, desayuno y luego un coctelito compuesto por pastillas así: una para protección gástrica, un diurético, una omega tres, una para la hipertensión arterial, una para la circulación venosa, una para la circulación arterial, una para control nervioso y de cuando en vez algo para el dolor, la tos o la gripe, una merienda, almuerzo, una merienda, cena, inyección de insulina, y coctel de pastillas: diurético, control nervioso, pastilla para la hipertensión.

Este tratamiento es de por vida y según los médicos nada de lo recetado tiene algo que ver con mi desempeño intelectual y se limita a mantener controlada una diabetes feroz que ya ha devorado parte de mi cuerpo y que convierte en verdad la apreciación disquisitiva de otro lector que muy ofensivamente afirma que ya tengo visado el pasaporte al más allá olvidándose que todos obtenemos esa visa desde el momento que nos engendran y que por “G” o “H” razones, él podría hacer uso primero de su visado.

Normalmente duermo como un lirón, pero como todo ser humano, tengo episodios oníricos a veces tan pesados que caen en la categoría de pesadilla, de esas que asustan hasta cuando ya uno ha despertado y vuelto a la realidad.

Eso me pasó hace 24 horas cuando soñé que se elegía una Corte Suprema de Justicia compuesta por abogados dispuestos a adecentar ese poder del Estado con verdadera independencia para terminar con la corrupción y la impunidad e imponer una seguridad jurídica a toda prueba.

Esos magistrados comenzaron a impartir justicia apegados a ley y conforme a la doctrina del Derecho y su Sala de lo Constitucional resolvió dejar en vigencia el contenido completo del 239 constitucional negando la posibilidad de reelección presidencial.

Al mismo tiempo, se cambiaba la estructura del Tribunal Supremo Electoral dando representación a todos los partidos en la liza política, y en el Congreso la oposición tomaba su rol y covencía a los nacionalistas para armar una mayoría calificada en beneficio de la toma de decisiones en beneficio de la búsqueda del bien común del pueblo hondureño.

Entre otras cosas reducían a la mitad el número de diputados, inscribían todos los partidos que cumplen los requisitos para ello, se establecía la prohibición de reelección de diputados y alcaldes y a los electos se les exigía transparencia absoluta en el manejo de sus administraciones.

La Policía y las Fuerzas Armadas eran depuradas y sus altos mandos se decidían por fin a recuperar el territorio perdido y combatir de verdad la delincuencia, llegando hasta las raíces del crimen común y organizado, extirpando esos males para siempre.

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