El ventilador frente al barril
El ventilador frente al barril
Víctor Meza
Entramos a un escándalo y, mientras nos regodeamos en su laberinto, desembocamos en otro o, mejor dicho, en otros. Círculo doblemente vicioso, saturado de morbo, vergüenza, cinismo e indignación. Espiral ascendente que nos conduce desde el fondo pestilente hasta la ignominia casi colectiva. Es la de nunca acabar.
Como si el escandaloso caso del Instituto Hondureño del Seguro Social (IHSS) no fuera suficiente, ahora nos adentramos en los entresijos malolientes del deporte comercial y tarifado. Como si la evidencia pública de los dineros sucios desviados a las arcas del partido de Gobierno durante la campaña electoral no fuera suficiente, ahora debemos presenciar el grotesco espectáculo en el que uno de sus principales líderes y mentores políticos ocupa un destacado sitio en la galería deportiva de la infamia. Si no fuera tan lamentable y ofensivo para la conciencia nacional, el sainete permanente de la corrupción no pasaría de ser un espectáculo constante y prolongado, destinado a satisfacer la morbosa curiosidad de nuestros compatriotas y el goce maligno de los adversarios políticos de aquellos que, al menos por el momento, han caído en desgracia. Pero no es así.
Estamos en presencia de los indicios claros y directos que nos revelan el alto grado de desintegración ética al que ha llegado el sistema político hondureño en su conjunto, incluyendo, por supuesto, al sistema de partidos, el sistema electoral y las principales cúpulas partidarias y actores políticos reconocidos. Es la debacle, el preámbulo de la desintegración total y de la evaporación gradual del Estado de leyes en Honduras.
El más reciente y muy sonado escándalo de los dineros ilícitos pagados a reconocidos dirigentes deportivos del mundo, incluyendo, claro está, los sinvergüenzas y corruptos locales, se veía venir desde hace ya algunos meses. Cuando empezaron a rodar cabezas en la reunión de la Fifa en Suiza, fuimos muchos los que nos preguntamos: ¿cuánto habrá que esperar para que las oleadas de ese tsunami purificador lleguen hasta nuestras playas y alcancen a pringar a los dirigentes deportivos locales? ¿Cuándo saldrán a la luz los nombres de los beneficiarios criollos de ese festín mundial de corrupción y saqueo?
No hubo que esperar mucho. Muy pronto conocimos los nombres que ya imaginábamos y que circulaban como moneda de curso legal al interior de las tertulias, los corrillos políticos y hasta en la intimidad cómplice de las alcobas. Estamos tan acostumbrados a los escándalos de corrupción, que ni siquiera por un momento se nos ocurrió que el país estaría a salvo del escándalo universal. Un ventilador discretamente colocado frente a un barril de detritus, reservaba con maliciosa prudencia la cuota y el momento oportuno para soplar hacia estas honduras. Y sopló en los primeros días del último mes del año, marcando con sello escrementicio la mitad del período gubernamental del hombre que promueve “la vida mejor”.
Como era inevitable, el impulso purificador y el soplo maloliente vinieron desde el exterior. Ante la vergonzosa parálisis de nuestro sistema judicial, salpicado de cínica complicidad y malicioso inmovilismo, son las fuerzas exógenas las que se encargan de dar el empujón necesario para que reaccionen, aunque sea a medias, nuestros displicentes operadores de justicia. De inmediato se activaron los sabios analistas y reconocidos abogados, agrupados todos en la llamada “comentocracia”, dispuestos siempre a hacer gala pública de su real o supuesta sapiencia, algunos de ellos engolando la voz y abrumándonos con su vedetismo lingüístico, tan impostado como cursi. Bien dicen algunos que la buena memoria no suele ser otra cosa más que la inteligencia de los tontos.
Pero así es el país. País repleto de normativa jurídica, cuna de sabios municipales y de atolondrados opinadores sobre todos los temas habidos y por haber. País con leyes pero no de leyes. Estado en descomposición, cada vez más lejos del derecho y más cerca del caos.
Mientras tanto, todos estamos esperando el desenlace del último escándalo, con la mirada puesta en el aeropuerto, mientras el otrora monarca parte sorpresivamente al encuentro con su malogrado destino, dejando atrás un reino sumido en la descomposición y el derrumbe.
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