Un terreno de la democracia
Un terreno de la democracia
Por Segisfredo Infante
Cuando se utiliza este concepto, por regla general, se piensa únicamente en términos políticos, y en el mejor de los casos en una forma de gobierno. Pero se olvida que cuando en los tiempos contemporáneos hablamos de “democracia”, por aquello del largo recorrido histórico, con intensos periodos de estancamiento, es de “democracia integral” que estamos hablando. Lo que incluye, obligatoriamente, la esfera de la economía. En el presente artículo evitaremos el concepto de “esfera”, en tanto que es más propio para la alta filosofía especulativa, que para la economía. Así que utilizaremos, por ahora, el término pedestre de “terreno”, como uno de los ángulos de observación y análisis de la democracia, a la cual ciertos autores, como Giovanni Sartori y Robert Dahl, le dedicaron una vida completa. Una existencia que valió la pena ser vivida para el abordaje serio y minucioso de una de las mejores formas de gobierno que se ha observado en el discurrir histórico, y que tiende a ser boicoteada o mal utilizada en algunos ciclos más o menos repetitivos.
El caso es que en estos últimos decenios hemos detectado, en todas partes, un justo florecimiento de la democracia, con altos y bajos. El problema es que parejamente, por regla general, se ha ensayado la democracia, con sus instituciones republicanas, haciendo énfasis en el factor político, subrayando, sobre todo, el tema electoral. Al grado que se ha expresado, con mucha ligereza, que tal o cual gobierno es democrático por el simple hecho de haber ganado las elecciones con mayoría simple, por decir algo. Como algunos teóricos y portaestandartes suelen tener memoria histórica de corto plazo, olvidan con frecuencia que varios individuos, de tendencias totalitarias (de diverso signo) han ganado las elecciones con sustancial diferencia de votos en favor de ellos. No queremos mencionar nombres por cuanto la mayoría de los buenos lectores ya les conocen. De tal suerte que es un error concebir la democracia desde el terreno estrictamente electorero. La democracia es algo más rico y profundo que las elecciones de cada cierto periodo.
La democracia tiene que ver con la vida diaria de los ciudadanos y con los niveles económicos reales en que se mueven las mayorías poblacionales de una nación. En el caso del subcontinente latinoamericano, hemos detectado el florecimiento de las democracias electorales con unas falencias económicas dramáticas en materia de pobreza y desigualdad social, en unos países más que en otros. Por ahora dejaremos, por fuera, los casos de varios países africanos y del continente asiático, en donde también la desigualdad campea muy a pesar de algunos logros específicos en educación y salubridad. Lo que ocurre es que con una facilidad asombrosa se olvida el terreno de la “democracia económica”, sin la cual simplemente el concepto de vuelve un tecnicismo o una jerigonza de cosecha temporal.
Los experimentos han sido muchos. Y no es que no se haya querido superar, de alguna manera indirecta, el problema crónico del desempleo y subempleo en las sociedades aludidas. El problema ha sido, más bien, la falta de profundidad sistémica en los abordajes, tanto en el terreno “macro”, como en el funcionamiento “microeconómico” operativo de las economías domésticas reales, de base, de cada país. En las últimas décadas hemos observado, en general, dos comportamientos elusivos, contrapuestos, en relación con el terreno que define la presencia o la ausencia de la “democracia económica”, con bienestar integral para la clase media y para las mayorías que se ven empujadas a padecer calamidades de diversa naturaleza.
Tales comportamientos se han ido a los extremos a la hora de aplicar sus políticas económicas, que más bien han sido submodelitos fotocopiados. Por un lado los llamados neomonetaristas conservadores (o por lo menos seguidores de esta tendencia), hicieron énfasis, y continúan haciéndolo, en las desregulaciones financieras y en la implantación de economías de burbuja alejadas de los intereses vitales de la población total. Con las desregulaciones crearon libertinaje económico, incluso caos, mediante empresas fantasmas o ficticias, que vinieron a quebrarse muchas economías familiares. Tales desregulaciones desembocaron, finalmente, en la espantosa crisis financiera del año 2008, en que el Estado que tanto desprecian tuvo que intervenir directamente, en Estados Unidos y en Europa, para salvar al capitalismo de un colapso casi total, afectando a las pequeñas economías nacionales como la hondureña, que subsisten de la exportación de mercancías textileras y agrícolas hacia los países poderosos en cuyos senos se desencadenó la crisis.
En el otro extremo hemos observado las acciones de los neopopulistas de izquierda, expertos en actividades distributivas y redistributivas del Estado. Pero incapaces de crear riqueza y, mucho menos, aparatos económicos funcionales. En pocos meses y años pueden quebrarse la mejor economía del mundo, porque la redistribución, sin producción real, se acaba, y las sociedades desembocan nuevamente en la pobreza extrema. A los dos fenómenos debemos analizarlos con la mirada limpia, y comenzar a revalorar la teoría de la “tercera vía capitalista”, que ni el mismo Anthony Giddens ha sabido profundizar en ella. Estas reflexiones son válidas para terminar o comenzar un año cualquiera.
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