Un poco de paz y de dicha

Un poco de paz y de dicha


Por: Segisfredo Infante
La “felicidad” es uno de los conceptos más atractivos pero más abstractos de la especie humana, cuando menos en lo que concierne a la vida cotidiana. Por eso cuando se habla de “felicidad” lo relativizamos casi todo. Lo reducimos a un momento fugaz o a una circunstancia muy específica. Sin embargo, el lenguaje posee múltiples posibilidades, sobre todo en la lengua española. Así que preferimos matizar las cosas y en vez de felicidad hablamos de momentos de dicha o de alegría. Por cierto que la “dicha” es también un concepto fuerte, pero más flexible o más adaptable en la cotidianeidad. Así que de paz y de dicha es que podemos hablar, con cierta propiedad, en las fiestas navideñas y de Año Nuevo, como un deseo sincero, salido de lo hondo de nuestra mente y corazón, para todos los hombres y mujeres de “buenas voluntad”, que habitan sobre la faz de la Tierra.
Naturalmente que el sano deseo en nada diluye la existencia de crudas realidades que observamos cada día y cada semana, en los periódicos, revistas y en la televisión, acerca del desencadenamiento de tragedias humanas ligadas a las enfermedades perniciosas, las guerras regionales y las violencias internas de cada país. Incluso de los países desarrollados, que observan un mayor control sobre las actividades delictivas de aquellos que atentan contra la vida de las personas indefensas. Tampoco olvidamos los suicidios de personas desesperadas a quienes pareciera imposible sobrellevar, en Navidad, sus propias soledades en un mundo superpoblado, en donde tal vez se ha dislocado el viejo principio de amor y fraternidad, porque ha sido sustituido por un pragmatismo excesivo, inmediatista, ya que se han soterrado las necesidades espirituales de la “persona humana”, de la que han hablado los verdaderos socialcristianos y otros autores.
Aquí he referido un poco los registros de aquellas sociedades que incluyen a los países desarrollados, en tanto que en los países atrasados como el nuestro, a las necesidades espirituales se suman las necesidades materiales insatisfechas, que se vuelven más pesadas en la larga temporada navideña, en donde las nostalgias, la melancolía y el apremio de lo inmediato se tornan una mixtura harto difícil de sobrellevar. De ahí las deudas excesivas (tal vez innecesarias) y las consabidas borracheras que hacen daño a las economías domésticas. En este momento recuerdo una película protagonizada por Denzel Washington, en que las civilizaciones como las conocemos han desaparecido, catastróficamente, al grado que también han desaparecido los libros impresos importantes como la Biblia. Una muchacha le pregunta al personaje central de la película cómo era el mundo de antes. Entonces él contesta más o menos así: que se consumían cosas innecesarias, y que era difícil distinguir entre lo indispensable para vivir y lo superfluo.
Pero la vida racional “Es”…, y se abre paso. En medio de las adversidades la gente en general, y los pobres en particular, buscan la manera de alegrarse en “Noche Buena”, Navidad y Año Nuevo. O, como sugeriría Shakespeare, en uno de los versos inmortales de su obra “Hamlet”, con un ojo risueño y con el otro de luto. Porque el esfuerzo de sobrevivencia es tan grande, que las personas buscan incluso alcanzar un poco de dicha fraternal en el momento que aludimos en este artículo. Soñar con la paz y con la dicha es casi un derecho inalienable de los hombres y mujeres de todas las razas. De ahí ese amable espíritu de festejo, el intercambio de abrazos y, cuando se puede, el acercamiento de los regalos, por muy pequeñitos que sean. Incluso en los hospitales y asilos los pacientes reciben una promesa de dicha por parte de los familiares y de personas desconocidas. Algo subsiste del principio universal de fraternidad.
Hasta los individuos perversos, enjutos de corazón, tratan de mejorar un poco en el periodo navideño. Hay una especie de magia compartida que flota en el ambiente. Ya se trate de países próximos a los círculos polares. O en medio de las zonas tropicales. Y al margen de las creencias y costumbres de cada cultura, o de cada individuo, el deseo de salir a las calles y de abrazar a la gente, aunque sea con las miradas, se torna en una subespecie de imperativo categórico kantiano. O charles-dickensiano. Nosotros los occidentales compartimos por lo menos dos temporadas alegres que coexisten entre sí. Me refiero a las fechas especiales del “Hanukhah” hebreo, y a la temporada de Adviento y Navidad de los cristianos. Al margen de las pequeñas diferencias, las antiguas raíces culturales son casi las mismas. O cuando menos son compartidas con respeto y fraternidad.
Pues bien. En lo personal auguro el mayor bien factible a mis parientes, amigos, lectores y conocidos. También les deseo una vida saludable a los individuos insensibles que han intentado hacerme daño y lastimar mi inteligencia y mi corazón. Incluso a las personas que en la calle se me acercan sólo para hacerme sugerencias inútiles (como si yo fuera juez o fiscal) o a formularme preguntas absurdas sobre amistades desconocidas en Colombia. O en cualquier otro país del mundo. ¡!Feliz temporada universal para todos!!

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