Tres a la cama
Tres a la cama
JULIO ESCOTO
Tiene la república un amante, lobo de mar con que sostuvo por décadas contradictorias relaciones, celosos desafíos y aceleradas pasiones, pero sobre todo alongados orgasmos de dudas, desconfianza, traiciones e infidelidades.
Es el triángulo entre gobierno y nación, maridaje ideal, más un tercero al lecho de nupcias, don Yanqui, quien sin necesidad de disculparse con aquello de “y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marío”, entra por puertas de atrás o delante, interviene en decisiones conyugales, se oferta y retracta, subyuga y soborna gracias a estar perfectamente enterado de secretas intimidades de la pareja, narradas por los vecinos narcos recientemente extraditados, por su propio espionaje y el lastimero llanto de los políticos subidos al norte para que entonen allá su postrero canto de cisne...
Es convivio antiquísimo. Desde temprano soñó Yanqui hacerse dueño de las protuberancias telúricas de República y sus riquezas viscerales; bebió sus humores de lluvia y deseó convertirlos en fuentes de energía; lo deslumbró su destello de oros y ópalos y horadó montañas; caminó valles y praderas y los modeló en hondos bananales donde solo su ley imperaba; la adormeció con un sueño de tren cuya promesa jamás cumplió y fue eterno amante celoso: le minó los nexos con su padre español, expulsó a británicos y franceses si hacían guiños de conquista, a los Soviets porque querían aproximarle suspiros de amor y, más reciente, procuró separarla de sus íntimos hermanos de Latinoamérica, con fin de descontagiarle ideas revolucionarias…
Yanqui, empero, no siempre fue el sumo cabrón que parece. Se lució en ocasiones con inéditos gestos de solidaridad, como cuando los británicos pretendieron robarse Isla del Tigre y él la defendió para Honduras; cuando demandó que la chafarotada bajara del poder, en 1980, y adecentara los establos de la nación (aunque por propia conveniencia), o como cuando a Madame República la revolcó un huracán, o dos, y estuvo presto a salvarla. De vez en cuando, igual, nos presta pisto con simples intereses, envía cañoneras con médico a bordo, vacunas y lápices, o cierta mediana orquestita de jazz, de lo que se oronda orgulloso. Ha de ser para lavarse el deshonor horrible de haber convertido a República en burdel de Contras y salvadoreños durante esa década, o a que tanto saca que algo debe dar…
Sólo que en recientes años, por la edad, se torna posesivo (gran tunante, ha de perder potencia viril en otros hogares) y asustado por el relajo íntimo de República (puritano, él mismo así la formó), por los chonguengues políticos y corruptos donde aquella desgrana y desconsuela la vida, ha decidido intervenir la casa de la suegra, doña Justicia, y aplicar uno, dos remedios ya sin permiso, pudicia ni honor.
Ha empezado por indiciar a banqueros y llevarse al tayacán de su proyecto neoliberal, alias “el Hidalgo” (remata a sus aliados, para que guarden silencio), en tanto afina otras listas con otros que, asustados, esperan a la guadaña caer…
Viéndolo nosotros, no menos hipócritas, que ad perpetuam protestamos contra la intervención, hoy la celebramos. El amante compra conciencias, seduce memorias, le es rentable nuestra desesperación de almas, que vendemos al diablo. Alguien, por fin, impone orden en casa, restablece, rearma algún modo de ley… ¿maldecimos o agradecemos?
Ah, sepulcros cenizos de la revolución… no son épocas de Marx, pero sí de su ética y ciencia, las que demandan lealtad e inteligencia para reflexionar y actuar en el entorno político… Recuerdo entonces a Nietsche: “cuanto no me destruye me fortalece…”
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