Doble moral y delitos
Doble moral y delitos
Por: Juan Ramón Martínez
Que la sociedad está severamente dañada, lo sabíamos. El que la mayoría de la población no tenga una clara definición de lo que es bueno y lo que es malo, es de general conocimiento. El índice de criminalidad lo atestigua. Y la ambigua actitud frente a la ley –los conquistadores decían que acataban las disposiciones de Madrid; pero no las cumplían– es la razón por la que los delincuentes no entiendan, que actúan mal. El delito no se censura. Hay más bien una doble moral que le permite a la mayoría juzgar los actos ajenos, en función si los ejecutores son amigos o no amigos; o adversarios. Y no es que no lo supiéramos; pero era difícil aceptarlo porque ello nos conduciría, a un callejón en el cual no hay salida posible. Porque no podemos salir del crimen sino rechazamos el mal, cualquiera que sea que lo haya cometido.
Una cosa no puede ser buena y simultáneamente mala. O la una; o la otra. Aceptamos la subjetividad en los juicios y las opciones. Es decir que a algunos les parezca mejor una flor que a otros que por razones de gustos, es comprensible. Para los gustos, los géneros. Pero en el plano moral, las cosas y los juicios no admiten los juegos, las posturas y las subjetividades. El que una persona mate a otra, nos obliga al rechazo del crimen. Igual al que roba. Lo admisible y aceptable es que mientras la duda persista y el juez –no haya emitido su sentencia– se postule la inocencia del implicado. No es admisible que la violación de una mujer, la comisión de un incesto con una hija, el robo de bienes públicos o el homicidio o el asesinato, nos dejen indiferentes. Y que en vez de simpatía hacia la víctima, nos volquemos a la defensa de los implicados. Establecer que las víctimas son siempre las culpables y que los ladrones, sí son inteligentes e hidalgos, justificando el robo, es inadmisible y fuera de la moral y la ética. Hacer héroes a los delincuentes amigos, considerándolos venerables e impolutos, mientras se censura y se señala, a los adversarios es una indecencia.
La complicidad es el factor que mantiene unida a la banda criminal. Alí Babá defiende a los 40 ladrones y critica a los ladrones de bandas contrarias. O las simples expresiones, confirmadas por encuestas, en que la simpatía por el delincuente –no por las víctimas– se orienta, no en función si se cree que es inocente o no, sino que si pertenece o no, al grupo de amigos, correligionarios o compañeros, es una falla moral colectiva, crucial. El bueno siempre es el amigo. El malo es el otro; el adversario. Por manera que, hay que censurar al otro, al que no forma parte de nuestra cofradía; pero celebrar e incluso felicitar al amigo o correligionario implicado, es una ruina forma de favorecer el crimen y fortalecer la impunidad. Chucho no come chucho, se ha dicho por allí, entre periodistas. Y si lo hace, no come mucho. O como se escucha ahora cuando se ha capturado a un expresidente: los nacionalistas dicen que es inocente y que tiene un comportamiento hidalgo. Pero cuando Yani Rosenthal, hace lo mismo –sin solicitud de extradición– no le otorgan iguales piropos, solo porque es adversario. Aquí hay una contradicción: los dos son inocentes, hasta que se les venza en juicio. Y los dos son valientes porque se han presentado al tribunal, sin echarse a correr como otros. Discriminar, es una falta imperdonable.
Ahora que la justicia de Estados Unidos domina a la justicia hondureña, cuando un hombre popular es aprendido por la misma; o se presenta ante ella, sus amigos lo santifican. Los adversarios, por similar delito, lo demonizan. Esto es incorrecto. En sociedades más adultas, se espera, antes de emitir juicios particulares, escuchar a los tribunales. Para después, mostrar sorpresa, compasión o indignación. Pero aquí no. Con una moral de doble rasero, defienden a los amigos. Y condenan por el mismo delito, a los enemigos. Eso no es correcto. Ni maduro y mucho menos, propio de adultos. Debemos aplicar los mismos criterios, manteniéndonos respetuosamente obedientes de lo que dicten los tribunales, llamados a deslindar la verdad. Lo demás es pura hipocresía. Simple apología del delito que le da fuerza a los delincuentes. Por lo que lo adecuado es llamarse al silencio.
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