Vivir y morir entre el subempleo y el desempleo

Vivir y morir entre el subempleo y el desempleo

JOSÉ ADÁN CASTELAR

Cuelgan un título de ingeniero en la pared, uno de licenciado o de doctor, pero son pobres. Esto derriba las teorías económicas de que a mayor grado de estudios, mejor condición de vida, al menos eso no funciona en Honduras, donde el cuarenta y nueve por ciento de la población que puede trabajar no tiene empleo, según el Foro Social de la Deuda Externa (Fosdeh).

La realidad asfixiante inunda de una profunda tristeza y desencanto a tantos hondureños que lograron un título universitario con muchas ilusiones; así lo ha contado un licenciado en empresas, que comprime sus conocimientos para administrar una pequeña pulpería que logró montar con las prestaciones laborales de su esposa cuando la despidieron. Trabajo duro entre las 6:00 de la mañana y las 9:00 de la noche para pagar la escuela de los dos hijos, la casa y el carrito que a veces funciona.

No hay trabajo en Honduras. La interminable inestabilidad política, una crisis económica inmanejable y las equivocadas políticas públicas no logran promover las inversiones en la industria. Si acaso el gobierno tiene un programa real, se limita al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que prefiere la estabilidad económica sobre la reactivación de todo el sector productivo.

Un jovencito dice que tiene diecisiete años, empuja una carretilla mientras grita por la calle que se lleva la basura, y los vecinos le entregan bolsas de desperdicios y le dan cinco o diez lempiras. No ha terminado la primaria y lamenta que no estudia porque sus padres no tienen dinero. Cuando le preguntan qué quiere ser de grande, contesta “no sé”. No lo sabe porque su futuro lo mide en horas: en la mañana, qué hará por la tarde; en la tarde, qué hará por la noche. Siempre lo mismo.

Las proyecciones oficiales de crecimiento económico hasta 3.4% del Producto Interno Bruto (PIB) es mediocre, no alcanza para disminuir el desempleo y la pobreza. El sector de la construcción, que tradicionalmente emplea muchísima gente, tuvo un descenso brutal, solo el año anterior la vivienda cayó 43%, mientras la edificación de centros comerciales y bodegas un 40%, según la Cámara de la Industria de la Construcción (Chico). La esperanza de crecimiento para este año es apenas de 5%, y eso en las cifras del gobierno.

Un muchachito que no pasa de los once años cuenta en la gasolinera que ya recogió 29 lempiras y los muestra orgulloso: un billete de cinco, otros de dos y el resto de uno. Dice que comprará comida para su casa, “arroz, frijoles y chorizo... ¡Ah! y también tortillas”. Le digo que eso está muy bueno, que me invite a cenar, contesta que sí, que me dará la dirección y alborota la indignación y la impotencia. Era hora de clases y el pequeño estaba “trabajando”.

El título universitario tampoco funciona bien en una economía primaria, que se basa en la producción agrícola: cultivar café, melones, bananos, frijoles, no requiere especial escolaridad. Así que la mayoría de los universitarios tienen que colarse en el gobierno. Hasta el 44% de los empleados públicos tiene grado de universidad.

Pero más allá del sueldo, el trabajo cumple una función vital para la cohesión social. El centro de trabajo es también el lugar de identificación y pertenencia a la comunidad. Desde el psicoanálisis se considera que está asociado al desarrollo físico e intelectual. Por eso el subempleo y el desempleo causan tanto daño a una sociedad y lo notamos en la nuestra, la más infeliz de América Latina, según la medición de las Naciones Unidas. La mitad de los hondureños no tiene trabajo, no tiene ingresos y, lo peor, no tiene esperanzas.

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