El hombre que pudo ser rey

El hombre que pudo ser rey


 
En los últimos años he dedicado parte del feriado de Semana Santa para tratar de ponerme al día con algunas lecturas pendientes y, con gran deleite, a disfrutar releyendo libros de la adolescencia.

El año pasado fue Verne, casi de un tirón leí Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en ochenta días.

Este lo dediqué a Rudyard Kipling y a una de sus más maravillosas novelas: El hombre que pudo ser rey.

Cuando la leí por primera vez -allá en mis lejanos 14 o 15 años- me apasionó, pero no tanto como ahora. Con la madurez que da la vida pude apreciar y disfrutar aún más de su magnífico talento. Puedo decir que a pesar de todos los años transcurridos, la encontré más fresca, las aventuras más emocionantes, sus fantásticos personajes más reales y adorables.

Para aquellos que no han tenido la fortuna de leerla haré una sinopsis tamaño átomo, con la esperanza de que les entusiasme para que la lean completa, que se apasionen con Kipling, con la garantía de que disfrutarán mucho y, sobre todo, hará que su vida tenga más calidad, por el simple hecho de haberla leído.

Dos pícaros y pintorescos aventureros, exsoldados ingleses, vagabundos en la India de mediados del siglo XIX, deciden viajar a las misteriosas tierras del norte de esa gran nación, aprovecharse de la ignorancia de los nativos y convertirse en reyes.

Conforme avanzan en su viaje, una serie de extrañas coincidencias hacen que todos sus sueños se conviertan en realidad.

Los nativos confunden a uno de ellos con un visitante de la antigüedad -Alejandro Magno- que había andado por esos lugares en sus campañas guerreras, donde llegó a ser considerado dios habiendo prometiendo regresar; ellos creen que, ¡Alejandro ha vuelto! Todo el poder así como incalculables tesoros le son entregados.

Para los que no la han leído e intentan hacerlo, no voy a contar nada más para no estropear su lectura. A los que no la van a leer los dejaré picados con el desenlace y a los que ya la leyeron, a lo mejor se animan, les garantizo que la van a disfrutar más que la primera vez.

Ya de adulto, con toda la experiencia de una vida bien vivida, regresar a los clásicos de la niñez, adolescencia y temprana juventud es maravilloso. Twain, Salgari, Verne, Dumas, Kipling y otros, cuya lectura no tuvo que competir con 300 canales de televisión o dispositivos electrónicos y toda otra clase de distracciones modernas.

Libros que llenaron la mente soñadora de un muchacho ansioso de aventuras y, sobre todo, me prepararon para otras lecturas que ayudaron a forjar mi vida. Como una gran casualidad, muy pronto se estrenará una nueva versión cinematográfica de El libro de la selva, también de Kipling. Espero que Disney haya respetado la novela.

Puedo confesar que todo lo que he hecho, logrado (mucho o poco) y vivido, se debe en gran parte -si no totalmente- a lo que he leído. Siento satisfacción por la época en que viví mi adolescencia, a la vez tristeza por todos aquellos que, perdidos entre teléfonos inteligentes, así como toda una nueva gama de entretenciones, no saben lo que se pierden con lo que no leen.

Kipling también escribió poemas, mi favorito es “IF” en inglés, cuya traducción podría ser “Si acaso”.

Será triste que dentro de cincuenta años, los jóvenes de ahora vuelvan la vista hacia atrás y su principales recuerdos sean los juegos electrónicos y, sobre todo, será terrible que nunca conozcan la obra de un hombre llamado Rudyard Kipling.

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