Pobreza y delincuencia

Pobreza y delincuencia

Por: Benjamín Santos
Vamos a debatir aquí una opinión bastante generalizada y que para algunos es casi una ley sociológica. Me refiero a la relación causa-efecto que se establece entre la pobreza y la delincuencia. Es decir, en otras palabras, que la causa de la delincuencia es la pobreza. De esta afirmación se puede deducir que todos los pobres son delincuentes o tienen una inclinación a convertirse en tales dadas sus condiciones de vida. Esta afirmación ha sido sometida a prueba en algunos países desarrollados mediante programas orientados a elevar el nivel de vida de ciertos sectores poblacionales vinculados a la delincuencia sin ningún resultado positivo. A contario sensu, como se dice en lógica, es decir en sentido contrario se puede deducir que todos los ricos, por la comodidad en que se desarrolla su vida, son mansas palomas e inocentes criaturas.

Los delincuentes, cuyo nivel de inteligencia es superior a mucha gente que tiene la obligación de perseguirlos, hacen suya la afirmación antes apuntada. ¿Y qué voy a hacer-dicen- si soy pobre y mi familia vive en la pobreza? Y en muchos casos es verdad, pero la pobreza no es justificación válida para robar y matar. Tampoco es motivo suficiente para volverse rico ejerciendo actividades ilícitas. Entre la pobreza y la delincuencia había antes un muro que impedía que se interrelacionaran para justificarse mutuamente: la formación ética y moral, es decir la teoría y la práctica de los principios fundamentales que deben regular la vida de los seres humanos en grupos pequeños o grandes incluyendo la sociedad en general. Soy pobre, pero honrado afirmaban los abuelos con un timbre de orgullo personal que tenía resonancias positivas en toda la familia. A muy pocos se les hubiera ocurrido justificar sus acciones delictivas utilizando su condición de pobres.

De lo dicho no podemos concluir que la pobreza no desempeña ningún papel como caldo de cultivo de las actividades delictivas, pero no como causa principal o única. O como decía mi suegra: no hay que confundir la p de pobre con la p de puerco, con la p de perezoso o con la p de puta. El colmo de la afirmación que venimos comentando es la justificación que se dio en la asamblea última de la Asociación de Municipios de Honduras en el sentido de que se aprobaba un bono de cien mil lempiras por año para los alcaldes de municipios grandes y un poco menos para los demás. Todo -se dijo- para evitar que los alcaldes, por sus condiciones económicas se vean tentados a actuar en forma ilegal en el manejo de los recursos de la comuna que rectoran. No sé si efectivamente ese fue el argumento principal, pero es lo que trascendió en los medios.

Si no es la pobreza la causa principal de la delincuencia, ¿cuál sería? Hay que tomar en cuenta que, al contrario de los fenómenos naturales que son monocausales, los fenómenos sociales tienen varias causas y por eso mismo son complejos de diagnosticar y de manejar. Podríamos mencionar las siguientes:

1- El aflojamiento de los controles de la sociedad y del Estado. Entre los primeros los que antes ejercía cada familia sobre sus miembros para orientar su conducta y las iglesias o grupos religiosos sobre los feligreses que a su vez eran los miembros de las familias. En cuanto al Estado ni siquiera le funcionan los controles sobre la burocracia, es decir sus propios funcionarios y empleados, menos para que le funcionen las instituciones que deben prever y perseguir las conductas delictivas de los miembros de la sociedad en contacto directo con la población.

2- El crecimiento poblacional desordenado y de las ciudades como consecuencia de la migración interna. Cada quien hace lo que le da la gana sin ningún respeto a la dignidad de los demás y sus derechos.

3- Las aspiraciones desenfrenadas por alcanzar mejores niveles de vida al menor costo y con los menores obstáculos posibles. Es positivo que cada quien trate de salir de la pobreza por el esfuerzo propio y de su familia, pero sin atropellar la vida y los bienes de los demás. Para esos propósitos la pobreza no debe servir de pretexto ni debe ser una justificación como ocurre y a cuya problemática hemos dedicado la presente reflexión a riesgo de repetir un tema que hemos tratado parcialmente en otros artículos.

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