“¿Qué le pasa a tu país?”

“¿Qué le pasa a tu país?”


MIGUEL A. CÁLIX MARTÍNEZ

El 7 de diciembre de 2011 me encontraba en una reunión en un pequeño salón del Congreso Nacional. Acompañaba a expertos en temas de seguridad extranjeros que habían arribado al país, como parte de una misión internacional que evaluaba la situación de la criminalidad y la impunidad en Honduras. El encuentro era con un funcionario de la cámara y había iniciado como suelen hacerlo este tipo de actividades, con una mezcla de protocolo y camaradería; los expertos habían preparado una cuidadosa serie de preguntas, tanto para obtener la información deseada como para no incomodar a su interlocutor. Mientras la conversación tomaba forma -lo cual satisfacía con creces a los especialistas- el funcionario que nos atendía fue interrumpido por un asistente, quien le habló al oído y se retiró de inmediato. Nuestro anfitrión se puso de pie y con voz afectada nos dijo: “Me acaban de informar que el ingeniero Landaverde fue asesinado. Vamos a interrumpir la reunión. Discúlpenme, pero tengo que atender esto”.

Los cuatro visitantes reaccionamos de inmediato poniéndonos de pie como él y preguntándole detalles, que no tenía manera de darnos. Los expertos extranjeros estaban visiblemente conmocionados: apenas doce horas antes se habían entrevistado con Landaverde (en su calidad de informante privilegiado) y comenzaron a preguntarse si no corrían peligro por ello. Era claro que la misión concluiría debido a este hecho porque no había garantías de seguridad para sus miembros. Yo, en medio de mi propio estupor, intentaba calmarles y decidí que debíamos retornar a la oficina del organismo internacional que los había traído al país.

Al arribar a la oficina del organismo, busqué a su titular. Con la camisa arremangada y el rostro descompuesto me recibió con una frase que todavía hoy resuena en mis oídos, con su fuerte acento forastero: “¡Miguel, ¿qué le pasa a tu país?!”. Los ojos solo se me llenaron de lágrimas. No se sabían en ese momento los detalles que fueron surgiendo después, pero ya desde entonces sospechábamos que su muerte había sido ordenada por la misma gente que él denunciaba en privado y en público, esa misma cuyo descaro e impunidad ya le había hartado y no cesaba de recordarnos.

Cuatro años después, Hilda Caldera, viuda de Alfredo Landaverde y sobreviviente del atentado que terminó con su vida física, sigue demandando y esperando justicia, sin abandonar esa fe que la ha mantenido convencida todo este tiempo -más allá de los frustrantes resultados y el encubrimiento oficial- de que algún día se sabrá la verdad (toda la verdad) y se honrará como se debe la memoria y ejemplo de su compañero. Reconociendo el rol que ha jugado EL HERALDO en la exposición y denuncia pública de las actividades delictivas que se habrían cometido con la autoría mediata de la alta cúpula policial, Hilda Caldera continúa pidiendo respuestas efectivas y castigo a quienes quiera sean responsables.

Hoy, al igual que Alfredo Landaverde, Hilda Caldera y tantas víctimas, no queremos más preguntas sin respuestas. Sabemos qué le pasa al país y no queremos impunidad ni silencio

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