¿Para qué tanto dinero?

¿Para qué tanto dinero?

Otto Martín Wolf

Por dinero hay quienes traicionan patria, familia y como hemos visto -casi sin sorpresa - algunos son capaces de traicionarse hasta a sí mismos, cambiando su libertad por un puñado de dólares.

No puedo justificar ningún robo -ni siquiera el pedazo de pan de Jean Valjean, el trágico héroe de Los Miserables. El hambre es mala consejera-; pero ningún robo tiene justificación, aunque uno pueda entender a Valjean.

Lo que jamás comprenderé son cosas como las que están sucediendo en Guatemala, El Salvador o Brazil, donde gente que logró llegar a las más altas posiciones políticas o económicas ahora se encuentra en la cárcel o a un paso de ella, simplemente por desear tener aún más abultado su saldo en el banco.

Marcelo Odebrecht, el hombre más rico de Brasil, magnate de la construcción que en un momento llegó a tener 180,000 empleados (ciento ochenta mil) -un hombre cuyo padre ya nació rico y con un capital de más de $20,000 millones fue condenado a 19 años por delitos financieros.

Me pregunto, sin entender ninguna respuesta que pudiera surgir: ¿para qué tanto dinero?

En El Salvador y Guatemala ex-Presidentes fueron llevados a los tribunales por aceptar sobornos, uno falleció, quizá motivado por la angustia de saber que iría a la cárcel.

Costa Rica también vio en prisión a dos ex-Presidentes y otro más tuvo que ir al exilio durante diez años para evadirla; los tres por enriquecimiento ilícito.

De nuevo, ¿para qué tanto dinero?

Los ex-Presidentes en casi todas las naciones gozan de una jugosa pensión vitalicia que les permite vivir sin preocuparse de problemas económicos. Eso lo tienen asegurado desde el momento en que toman posesión de su cargo; ¿acaso no es suficiente para cualquier hombre -o mujer- normal?

Menciono a la mujer porque también ellas pueden caer ante la ambición, como la exvicepresidenta de Guatemala o la actual mandataria de Brasil.

La cantidad de riqueza que pueden acumular algunas personas escapa a la comprensión de la mayoría de los humanos.

A mí -sin pretender ser ningún santo- me cuesta de un golpe decir cuántos ceros se necesitan para escribir 20,000 millones. Le invito a que usted también haga la prueba. Y si es difícil escribirlos, ¿puede alguien normal saber lo que compra esa clase de dinero?

Mansiones, casas de playa, apartamentos en las principales ciudades del mundo, enormes aviones privados, yates aún más grandes, joyas, lujo y, con todo eso, cometer delitos para tener más, aún más?

¿Para qué tanto dinero?

No solo políticos y hombres de negocios; un obispo alemán gastó $31 millones de la Iglesia en construirse una casa. En Miami un pastor evangélico acaba de comprarse una mansión por $7 millones. Recién hablé con una de sus seguidoras, el que textualmente me dijo que “Dios lo ha premiado”.

Los imbéciles que le dan el diez por ciento de sus ingresos son quienes lo “premian”. Me aparté del tema por un instante pero no lo pude evitar, regreso.

¿Para qué tanto dinero?

Nunca comprenderé cómo políticos, banqueros o empresarios puedan estar dispuestos a ensuciar el nombre de sus hijos o ir a la cárcel, todo por tener un poco más de lo que ya les sobra: ¡dinero!

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