MAÑANA, PASADO O PASADO MAÑANA

MAÑANA, PASADO O PASADO MAÑANA

Editorial La Tribuna


HEMOS recibido varios mensajes de lectores celebrando las líneas de un reciente editorial, cada cual con una historia de su propio calvario. Complacemos a los que nos solicitaron insistir sobre lo que decíamos ayer: Para sacarle carrera a la “maldita burocracia” se ocupa que un problema alcance nivel de crisis. No antes, en la etapa de la prevención, ni durante el proceso de agravamiento del problema, sino hasta que adquiere niveles a punto de estallar, es que se mueven –corriendo de un lado al otro–usualmente de manera atropellada. (La frase esa de la “maldita burocracia”, fue acuñada por uno de los presidentes anteriores, salida del fondo de la decepción, cuando veía que ninguna de las instrucciones impartidas a sus colaboradores producía resultado alguno. Las órdenes, se quedaban enmarañadas en redes de abulia de sus subordinados).

La indiferencia, la falta de ahínco de subalternos en el cumplimiento de sus tareas, la insensibilidad a la necesidad de la gente común y corriente a la que le deben el cargo, la lentitud, cada vez mayor, a medida que se pierde la euforia inicial de los primeros meses del período, las alturas que desvanecen por no tener los pies en la tierra, las nubes inalcanzables en que levitan como si el poder fuera a durarles para siempre, aislados del entorno, alejados de la realidad, desprendidos de sus obligaciones como servidores públicos, puede malograr las mejores intenciones de la gestión. Así pasa en la administración pública, con embudos que todo lo acaparan y nada resuelven, con funcionarios impasibles a la urgencia, fieles a la práctica del “dejar de hacer y dejar pasar”. El ciudadano no encuentra respuesta a sus diligencias. (La resolución sobre un trámite cualquiera puede estancarse hasta la eternidad). “Saldrá mañana, pasado, pasado mañana, la próxima semana, el mes que viene; cuando regrese de viaje fulano y cuando llegue mengano, zutano y perencejo, para que haya junta”. Al prójimo lo mantienen tonteando, impaciente, a la espera de su apremio: “Vaya allá, pregunte acá, venga más tarde o regrese otro día”. Largas horas, a veces semanas o meses pendiente del análisis del comité, del dictamen de la comisión, de la decisión del jefe, rogando que medie el más mínimo interés para que la cosa se mueva. Pero los burócratas pasan ocupados. Atareados con todo el trabajo acumulado. Agotados, con resmas de documentos olvidados guardados en las gavetas o colocados como adorno encima de los escritorios. Ladrillos de cosas sin resolver, colocados unos encima de otros, como quien construye una interminable pared.

¿Pero qué tanto tiempo llevan encerrados en esa oficina? “Fíjese que está en sesión y no puede atenderlo”. “Lo llamaron de allá arriba a un conciliábulo inaplazable con otros burócratas”, de donde tampoco sale nada de nada. Esas cherchas que discurren en conversaciones inconsecuentes, en análisis de papeles y más papeles –bebiendo café de la montaña– como tornillo sin fin. Las decisiones son potestad de los mandos superiores. Cuando los jefes no están en uno de esos concilios estratégicos están recluidos en sus oficinas haciendo llamadas, chateando, “tuiteando” o despachando visitas importantes. Nunca es hora propicia para los humildes, ni para recibir llamadas telefónicas. Si se esfuman cuando les habla gente de peso –a menos que ellos tengan algo especial que les interese– menos para que reciban una llamada de un pobre mortal. (Es malo generalizar, porque también hay funcionarios diligentes y serviciales con mentalidad de ejecutivos). Vale que en esta administración, la Presidencia es inquieta y pasa encima de tantas cosas que a saber si se moverían de caer en la enmarañada telaraña.

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