MALHECHORES

MALHECHORES


Editorial La Tribuna

VIVIMOS y coexistimos en una época de terrible confusión y oscuridad. Tanto nacional como internacional. Aun cuando la mayoría de la gente desea un margen mínimo de satisfactoria tranquilidad, los maleantes, de diversas tendencias, pululan por todos lados, y aparecen y reaparecen cuando menos se les espera, con la determinada intención de intimidar, extorsionar, secuestrar y asesinar personas. Y aunque en nuestro caso hayan mejorado las estadísticas en torno a la espiral de la violencia delincuencial, siguen repitiéndose, cada quince días, o cada mes, masacres masivas de cuatro, siete o diez personas en las principales ciudades del país, o sus alrededores.

El problema es tan recurrente que merece un renovado análisis de sus causas, sus circunstancias presentes y su posible futuro. Vivimos en esa época oscura en que pareciera no existir ninguna salida. Sin embargo, todos los problemas humanos contienen soluciones humanas, por muy difíciles que parezcan en una primera mirada. Lo que ocurre es que siempre saltan individuos de por aquí y de por allá que obstaculizan las soluciones pragmáticas de los problemas concretos. O que desean solucionar las cosas recurriendo a los mecanismos de los mismos malhechores.

Una primera solución sería identificar, con cierto grado de exactitud, al mayor número de malhechores; las casas donde viven y los lugares que por regla general frecuentan. Se dice que la policía nacional conoce los pormenores de los barrios y colonias en donde viven y operan mayoritariamente. Sin embargo, las redadas se realizan hasta que los crímenes espantosos se han escenificado, contra los mismos malhechores que son a la vez adversarios; o contra personas inocentes que se encuentran en el lugar en donde se cometen los crímenes, pudiendo perfectamente hacer redadas anticipatorias, con el auxilio de los demás operadores de justicia. El problema es que esos malhechores poseen diversas jerarquías que se ubican por encima y por dentro de las estructuras de los pandilleros y sicarios. Los jefes de los malvivientes pueden pernoctar en casas de lujo, y hasta podría darse el caso de encontrarse camuflados dentro de las mismas instituciones del Estado, recibiendo informaciones que le afectan al gobierno y a la sociedad.

La situación para los hondureños es cruel. Porque podrían perfectamente llevarse hacia la Metrópoli del Norte a todos los extraditables, con lo cual nuestros aliados naturales quedarían felices; pero los crímenes comunes cotidianos más el consabido sicariato, continuarían funcionado impunemente, hasta que se les corten las alas en forma definitiva. No hay que hacerse falsas ilusiones. Se trata de un largo y doloroso proceso de soluciones en cadena. El fenómeno es tan grave y tan masivo que es pertinente retomar el viejo análisis de las causas económicas y sociales que generan el desencanto de la gente común y corriente, a fin de morigerar sus efectos; y asimismo desmantelar los fáciles mecanismos de reclutamiento de las nuevas generaciones de jóvenes por parte de los jefes y subjefes de las pandillas asesinas.

Todos sabemos que los niños y los adolescentes son fuertemente intimidados para que se alisten en las filas de los malhechores de baja estofa. Y que nadie les protege. Pero a otros individuos es que les encanta esa vida “muelle” de los malvivientes. Porque también hay malhechores de “cuello almidonado”, para expresarlo de alguna manera. Las medidas tienen que adoptarse desde los niveles legislativos, porque a final de cuentas los perjudicados son los hondureños honestos y los jóvenes de futuro. ¡Meditemos y actuemos!

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