Seguridad ciudadana, ¿una ilusión?
Seguridad ciudadana, ¿una ilusión?
ARTURO ALVARADO SÁNCHEZ
Los hondureños nos hemos impresionado con los recientes descubrimientos que vinculan a altos jerarcas de la Policía con los crímenes de dos connotadas figuras, el general y zar antidrogas Julián Arístides González y el analista en seguridad Alfredo Landaverde, ocurridos en el 2009 y 2011, respectivamente.
Según las informaciones periodísticas nacionales, incluyendo un extenso artículo publicado por el New York Times, varios miembros de la cúpula policial junto con más de una docena de oficiales de diversos rangos están involucrados en ambos asesinatos, en un complot que deja al descubierto la corrupción policial de la que se ha hablado desde hace varios años, sin que hasta la fecha se haya logrado una efectiva depuración en la institución.
No obstante, la presunción de inocencia siempre debe otorgarse a los supuestos involucrados, por lo que debemos esperar el resultado de las investigaciones que el Ministerio Público ha anunciado, indicando que por los momentos no se puede hablar de requerimientos fiscales.
Lo cierto es que los hondureños vivimos en constante zozobra ante los hechos criminales que se dan diariamente en gran parte del territorio nacional, ya sea relacionados con el narcotráfico, las maras, delincuencia común, etc., al punto que cada vez que salimos de nuestras moradas o centros de trabajo lo hacemos con un enorme temor, situación que afecta nuestra estabilidad emocional.
Universalmente se reconoce que es deber del Estado brindar protección a sus habitantes frente a toda amenaza a la seguridad personal y la de sus bienes, para que así los ciudadanos puedan conducir sus actividades de trabajo, estudio, emprendimiento, recreativas, deportivas, etc., en forma normal.
Pero esta convivencia generalmente se ve amenazada por la existencia de tensiones y conflictos que generan conductas violentas, que surgen por diferentes causas. En algunos países, las crisis económicas provocan un aumento en los índices de desempleo y un deterioro en los servicios públicos, que son importantes para la calidad de vida de las mayorías. Por otro lado, la crisis de valores genera drogadicción, alcoholismo, corrupción y desconfianza entre los miembros de la sociedad.
Todos estamos conscientes que una sociedad necesita que exista un orden, que permita que cada uno de sus integrantes pueda disfrutar de un ambiente de vida caracterizado por la armonía, la paz y la existencia de un clima de seguridad, permitiendo al individuo gozar de libertad y desplegar todo su potencial en sus distintas actividades, lo que da origen a la felicidad.
El tema de la inseguridad se ha convertido en uno de los más graves problemas en la actualidad en muchos países. Frente a ello se plantean alternativas de solución como: medidas punitivas drásticas para combatir la criminalidad, organización de la sociedad civil para crear mecanismos de protección y prevención, participación de los gobiernos locales en tareas de seguridad ciudadana, etc.
En nuestro caso, como reacción a los hechos indicados al inicio, el Congreso Nacional aprobó una ley para facilitar la depuración de la Policía y se ha nombrado una comisión de notables para dirigir dicho esfuerzo. Pero los hondureños no nos ilusionamos con estas acciones, pues nuestro país está inundado de leyes que no se aplican y de comisiones que no funcionan. Sin embargo, la triste realidad de la Policía se ha convertido en un hecho conocido mundialmente y esto nos da cierta esperanza de que finalmente se tomarán acciones para que los miembros de la Policía, en lugar de ser un peligro, se conviertan en garantes de la seguridad ciudadana.
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