De defensores de la vida a agentes de muerte
De defensores de la vida a agentes de muerte
PCARIAS52@YAHOO.COM
En Honduras casi todos los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía tienen un origen social que va de la clase media baja hasta aquellos de los sectores más desheredados de la sociedad. El alto mando, en el caso del instituto castrense y los comisionados de la Policía, en general, no han sido reclutados de los grupos privilegiados, como sucede en otros países.
Cuando llegaron a las escuelas de capacitación, en su mayoría, venían con muchos sueños de superación y de servir a la patria y a la sociedad. Es muy probable que ya en las escuelas de formación militar y policial empezaran a acariciar otro tipo de sueños que terminaron con aquella formación familiar que traían.
Me contaba un amigo que dio clases en Academia Nacional de Policía (Anapo) que era muy común oír hablar a los jóvenes sobre sus expectativas futuras con respecto a la posesión de bienes materiales una vez que ya estuvieran en servicio. Las ilusiones de servicio fueron cambiando por el afán de enriquecimiento, y no es que sea malo aspirar a tener algunos recursos, lo reprochable es que se haga de forma ilícita.
En efecto, una vez graduados salieron a las comunidades y ahí se pusieron en contacto con los grupos que tienen el control de la actividad económica, social, cultural y política; esto en momentos cuando la búsqueda del dinero a cualquier precio pareciera que es la principal motivación de un sector importante de la sociedad, esos antisociales empezaron con una labor de acercamiento a la autoridad policial por medio de prebendas que con el tiempo los fueron comprometiendo con las actividades delictivas.
La formación que se les dio en las escuelas es lo que en la jerga militar se llama de orden cerrado, que busca enseñar los conceptos básicos de desplazamiento de tropas e introducirles el concepto de obediencia y subordinación a sus superiores. Estos conceptos, que parecen básicos para el mantenimiento de la disciplina, en momentos cuando se dan hechos violatorios de los derechos humanos o cuando los cuerpos represivos son utilizados para otros propósitos que no son los de la defensa del orden público, se convierten en una amenaza y en un factor de inseguridad.
Así, de esta manera, de aquellos jóvenes sanos y bien intencionados que eran cuando decidieron ingresar a las fuerzas policiales, poco a poco fueron perdiendo los valores tradicionales heredados de su familia o de sus comunidades. La repetición del hecho delictivo se fue convirtiendo en un ritual y ahora ya no les importa el dolor de familias completas, que lloran la pérdida de sus seres queridos.
El Estado les proporcionó la capacitación, les dio uniformes, los equipó con transporte y armas, que después utilizaron para asesinar cruelmente a los que conocieron en algún momento como sus subordinados o superiores jerárquicos. De solución se convirtieron en problema.
De defensores de la vida y protectores de la ciudadanía, poco a poco se convirtieron en agentes de la muerte.
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