Violencia, miseria y las ganas de largarse

Violencia, miseria y las ganas de largarse


JOSÉ ADÁN CASTELAR

Italia como destino es una tentación. Ayer me dijo una persona que está arreglando papeles para irse; pero no la mueve el paisaje de Toscana ni las costas de Bari ni un paseo por el Foro de Roma. No. Como tantos otros hondureños quiere escapar de esta violencia indiscriminada, de la pobreza acechante y la injusticia interminable.

Y este profundo desarraigo crece con las noticias de policías sicarios organizando asesinatos, o más funcionarios abyectos involucrados en corrupción, y el despilfarro del dinero público, y el aumento de precios, y la pérdida del empleo. Cuatro de cada diez hondureños quieren abandonar el país, según una encuesta del Barómetro de las Américas.

Más de 270 hondureños emigran del país todos los días, aterrorizados porque no tienen alimentos ni salud, o por las amenazas y extorsiones de pandillas, o la falta de un trabajo digno, o por el desalojo de sus tierras ancestrales. Son cien mil compatriotas al año que se marchan por la barbarie.

Pueden ser más de un millón en Estados Unidos, 50 mil en España, 30 mil en Belice, 25 mil en Canadá, 25 mil en Italia, y tantos otros regados por el mundo, nadie lo sabe con precisión; aunque las autoridades sí pueden contar al detalle los casi cuatro mil millones de dólares que envían como remesas para sus familias, la tercera fuente de ingreso para un país improductivo. Este dineral ayuda al Banco Central, a las casas de envíos, a los otros bancos, que se quedan con una parte; también ganan las tiendas de electrodomésticos con sus plasmas, refrigeradoras o estufas con intereses devoradores.

Y el lado humano de la historia es demoledor: el papá se va, o la mamá, o los dos; y los niños quedan con la abuela, o con la tía, o solos. Y, si tienen suerte y logran pasar, a pesar de las vejaciones, ultrajes y asaltos en el camino, hay que esperar meses para que consigan un trabajo indigno y que manden algo a casa. Y, si no pasan, vuelven deportados, humillados, endeudados y hasta mutilados, o peor, los que están desaparecidos o los que regresaron sin vida.

Pero fueron los cuatro mil niños detenidos, que llegaron solos en 2014 después de la peligrosa travesía, los que motivaron al gobierno estadounidense a promover el Plan de Alianza para la Prosperidad, que al final logró 750 millones de dólares para atender a los países más violentos: Guatemala, El Salvador y Honduras.

Asediado por la realidad y por el reclamo internacional, en 2015 el gobierno aprobó 107 millones de lempiras para el Fondo de Solidaridad con el Migrante, pero son muchos los deportados, 75 mil en 2014 y un poco más que eso el año pasado. Además, ellos mismos confiesan que volverán a intentar pasar las fronteras con todos los riesgos, los sufrimientos y el terror del trayecto.

La prospección es desalentadora, es decir, las posibilidades de que las cosas cambien con lo que tenemos ahora es imposible. Conocemos las causas de la tragedia: la corrupción, la desigualdad, la iniquidad, la violencia, la impunidad y la falta de democracia, con sus consecuencias inevitables. Para superar todo esto es necesario un cambio estructural, otra forma de sentir, otra forma de actuar. Gente competente y decente.

La emigración forzosa es siempre dolorosa; aunque deslumbre Nueva York, impresione Barcelona, sorprenda Montreal o emocione París, porque hace falta el pueblecito natal o nuestras desordenadas ciudades, y los mangos, y las baleadas, y las rosquillas, porque aquí está su gente, su historia y sus raíces. Y sueñan un día verla en paz,

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