Olvido imperdonable

Olvido imperdonable


Por Dagoberto Espinoza Murra

Es frecuente observar en el entorno familiar que alguno de sus miembros es olvidadizo. Hay que recordarle, por ejemplo, que su hermano, o que uno de sus hijos cumple años la semana siguiente. El comentario de sus mayores lo hace entrar en razón y, para aplacar los ánimos de los seres queridos, toma una libreta y apunta varios nombres con la respectiva fecha de su onomástico. Los seguidores de Freud le dan un valor especial a estos olvidos y ofrecen a sus pacientes un listado de posibles razones para explicar el significado de tal descuido.

Hablando del tema de los trastornos de la memoria con el doctor Alfredo León Padilla, primer director de la División de Salud Mental de la Secretaría de Salud, advertíamos cómo en los pacientes psiquiátricos se pueden observar los más sutiles matices de amnesias (afectación de la memoria), dependiendo de la enfermedad que ocasiona el trastorno: Para el caso, una encefalitis o el consumo crónico de bebidas embriagantes tendrán como sustrato un daño cerebral; en tanto que el olvido de un desaire amoroso o político se produce por un mecanismo no necesariamente orgánico.

Después de agotar el tema psicopatológico en una de las clases, el distinguido psiquiatra, adoptando una postura reflexiva, me comentó con claras muestras de desazón, que en diferentes pasantías había mencionado el nombre de un preclaro maestro que sobresalió en congresos internacionales, cuyos artículos científicos se publicaban en revistas de mucho prestigio y que en el país fue ministro de Educación y rector de la UNAH. Nadie, para su sorpresa, recordaba al gran mentor, a pesar de que su fallecimiento había ocurrido hacía apenas una década. Ese desconocimiento de nuestros valores (científicos, literarios y artísticos), le comenté, es una muestra evidente del descuido cultural -a todos los niveles- en que nos desenvolvemos los hondureños.

Para darle un poco de aliento al colega y compañero de trabajo, le dije que no solamente los científicos caen en el olvido a los pocos años de fallecidos y le relaté la plática sostenida con un conocido periodista, el licenciado Moisés de Jesús Ulloa Duarte. Me contaba “Moy”, como lo llamaban sus amigos, que desde muy joven tuvo la inquietud de ver algún día pavimentada la carretera del norte. Cuando formó parte del equipo de “Diario Matutino”, de HRN, comenzó a leer repetidamente el slogan: “Pavimentemos la carretera del norte, las generaciones futuras nos lo agradecerán”. El proyecto tomó forma, la población hondureña lo miraba con entusiasmo y el gobernante, general López Arellano, tomó la decisión de llevarlo a cabo. “En mi pecho -me decía Moy- cabía un elefante, tal era el regocijo porque mis palabras se habían cristalizado. Los amigos, prosiguió, me decían que preparara un buen discurso para la ceremonia de inauguración, pues ellos creían -tal vez exagerando la nota- que mis palabras, nacidas del corazón, le darían realce al evento”. Como el periodista amigo guardó un prolongado silencio y sus ojos se humedecían, me atreví a preguntarle: ¿Cómo estuvo su discurso; le agradó al presidente? ¿Qué comentarios hicieron sus amigos? Moy, con su mirada perdida en el vacío, logró articular estas palabras: “Apreciado doctor: No fui invitado al evento”. Impresionado por lo que había escuchado -un olvido imperdonable-, se me ocurrió relatarle algo que había leído en una de las obras de Dale Carnegie, que parafraseado dice así:

“Un miembro de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, al jubilarse, decidió dedicar su tiempo a defender una decena de condenados a muerte. Su sabiduría y la gran experiencia acumulada a lo largo de su carrera le permitieron salvar la vida de aquellos hombres, que tal vez injustamente serían llevados al patíbulo. Todos salieron libres y posiblemente retornaron a sus hogares a continuar la vida con sus familiares. El magistrado jubilado se sintió muy contento con el trabajo hecho y continuaba enriqueciendo sus conocimientos en una amplia biblioteca. Un mes de diciembre, después de algunos años, recibió una tarjeta de Navidad de uno de los reos salvados de la silla eléctrica y esto lo llenó de contento; de los otros nueve, después de ser liberados gracias a su oportuna intervención profesional, no volvió a saber nada”.

El agradecimiento es uno de los valores morales que engalana la personalidad de la gente que aprendieron en el hogar, en la escuela y en la iglesia a responder con gratitud los bienes -materiales y espirituales- que reciben de sus semejantes. La ingratitud es la mediocridad espiritual que hace ver el agradecimiento como muestra de debilidad.

Comentarios

Entradas populares