El mico y el confite
El mico y el confite
Salomón Melgares Jr
Leyendo el libro Invitación a amar me encontré la siguiente parábola. Hay en cierta zona de África una forma muy peculiar para cazar los micos que azotan las plantaciones de banano. Los agricultores locales cortan un coco por la mitad, sacan lo de adentro con una cuchara, y lo reemplazan con cierto confite que a los micos les encanta. Luego sellan de nuevo el coco, dejando nada más una ranura parecida a la de un buzón que le permite al mico introducir la mano estirada. A continuación se esconden a esperar al primer mico que venga acercándose por los árboles. Eventualmente aparece uno, huele el dulce y grita alborotado, se baja del árbol, levanta el coco, mete la mano en la ranura, y agarra la golosina. Pero cuando trata de sacar el confite, el puño cerrado no cabe por la ranura. Los hombres salen de su escondite y se van acercando. Con intensidad progresiva el mico sigue halando con toda su fuerza, sin ningún éxito. Algo en su mente le advierte que los cazadores se acercan y que si no suelta la golosina lo van a capturar. Pero no se puede liberar del deseo de poseer el apetecido tesoro. Sus perseguidores lo agarran, lo asan y se lo comen.
En este punto, me siento obligado a advertirles algo: nosotros muchas veces actuamos como ese mico. Agarrando con la mente el insulto, las contrariedades o los deseos sin querer soltarlos. Luego no nos damos cuenta de que vamos a ser sorprendidos por una de esas emociones aflictivas que, al igual que los cazadores, nos van a extinguir. Ciertamente no queremos ser capturados, pero pretendemos paladear unos minutos más los apetitos o esa intención de pelear. Entonces “los tramperos” nos agarran, nos asan y nos acaban. Todo lo que el mico tenía que hacer era soltar el confite y correr hacia la libertad. Todo lo que nosotros tenemos que hacer es abrir nuestro corazón y soltar lo que haya que soltar.
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