El evangelio de las AK-47

El evangelio de las AK-47


ARMANDO VILLANUEVA

Para nadie es noticia escuchar o leer que Honduras –duele reconocerlo- está como 40 o 50 años atrás que otros países –no los nórdicos ni de los llamados “tigres asiáticos”, peor aún Estados Unidos- sino, de nuestro mismo entorno centroamericano.

Ese alto “privilegio” abarca el área de la economía, educación, salud, infraestructura, política y cultura, entre otros. Los culpables de esa calamidad pública abundan, pero todos los que han ostentado el poder público –incluido los militares- se tiran la pelota unos a otros. Nadie es responsable.

Se podrían escribir libros sobre cada uno de esos aspectos, pero basta centrar la atención en uno solo –el atraso político- para darnos cuenta porqué estamos como estamos.

La región centroamericana se abatió en los años 70 y 80 en un conflicto armado que dejó millares de muertos, torturados y desaparecidos. En Guatemala, la URNG; en El Salvador, el FMLN, y en Nicaragua, el FSLN.

En los tres países, los grupos alzados en armas, abatidos y cansados por el conflicto –al igual que los ejércitos de sus respectivas naciones- entendieron que el rugir de los cañones, el fuego de artillería y los bombardeos indiscriminados –en muchos casos sobre poblaciones civiles- solo se traducía en más muerte y dolor y que ninguno de los bandos ganaba con la guerra.

Y llegó la hora de silenciar los fusiles. Los guerrilleros mutaron sus movimientos armados en partidos políticos y hoy, en El Salvador y en Nicaragua, disfrutan del poder alcanzado por la ruta de las urnas.

En cambio, en Honduras, por el medio siglo de atraso político, hay políticos que –en pleno siglo XXI- llaman a sus adláteres a alistar las AK-47, otros amenazan con dinamitar el único puente que le permitió a los países vecinos enterrar el conflicto para darle paso al evangelio de la coexistencia pacífica entre la diversidad ideológica y no a las AK-47: las elecciones.

No hay que olvidar que estamos en Honduras y, lo que tanta sangre y dolor causó en los Estados vecinos, hoy, casi 50 años después, podría tocar nuestras puertas. El turno, si no nos civilizamos, nos podría llegar.

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