San Nicodemo

San Nicodemo


Por Roberto C. Ordóñez

Vale la pena, aunque sea por esta semana, hacer un giro de 180 grados en los temas que están de moda por los que sudamos calentura ajena y propia.
Olvidemos las extradiciones, masacres, alcaldes colorados y cachurecos capturados en malos pasos, las “maduradas” del dictador venezolano, salida de Inglaterra de la Unión Europea, cuyas consecuencias ni los ingleses midieron, las elecciones españolas al gana pierde, como un antiguo juego de los cipotes de mi época (uh como diría la viejita), pues don Mariano ha ganado dos elecciones al hilo y aún así no quieren que mantenga la guayaba, de los atentados que se repiten diariamente en el mundo, de las masacres ocurridas en Estados Unidos y otras malas noticias. Hablemos de San Nicodemo, un santo poco conocido entre nosotros pero que tiene su lugar en el santoral católico y figura en el Nuevo Testamento cristiano como un santo judío.
El cuento de San Nicodemo me lo contó hace muchos años don Santos Escobar Salabarrieta (QDDG), ya en aquel tiempo un venerable anciano con quien se podía anochecer y amanecer escuchándolo contar sus historias a veces exageradas pero que mantenían despierto al auditorio alrededor de una fogata. Yo no creía algunas pero me entretenían por su contenido y por su manera de contarlas. Entre cigarrillo y cigarrillo, porque el viejito no apagaba y si se le ofrecía no despreciaba un trago o una cerveza, según él para refrescar la palabra.

Don Santos era originario de un caserío perdido en la abrupta geografía hondureña cercano al municipio de Aramecina, en el departamento de Valle.
Contaba que en la cima del cerro de Moropocay vivía un gigante con su mujer, otra giganta y una nube de chigüines entre los que había de talla normal, enanos y también gigantes. Al cristiano que se asomaba por allí se lo comían vivo, descuartizándolo como hacen los coyotes con sus presas.
Decía mi amigo contador de cuentos que muchos cazadores habían tratado de cazarlo pero habían salido cazados y devorados por el montón de gigantes y gigantillos.

El cuento decía que si mataban al gigante se secaría la fuente de agua que manaba del cerro y abastecía varias comunidades. El fin de la tribu de gigantes llegó cuando durante una tormenta se refugiaban en su cueva y fueron achicharrados por varios rayos.

El milagro de la muerte de los gigantes del cerro de Moropocay se lo atribuyeron a San Nicodemo y en agradecimiento a él lo convirtieron en el patrono del villorrio; buscaron en el almanaque su día para celebrar su fiesta y llegada la fecha empezó una feria patronal durante la cual se recaudaron fondos para mandar a construir una capilla para adorar al santo.

Se construyeron chinamos donde vendían toda clase bebidas embriagantes; yuca con chicharrones; sopa de mondongo; sopa de pellejas de chancho; nacatamales; tamales pizques; frutas y toda clase de golosinas para hombres, mujeres y güirros.

Los festejos de la feria fueron amenizados por la Banda de Goascorán, un municipio de las cercanías famoso por las habilidades musicales de sus habitantes, que igual hacían llorar a la guitarra que gemir a la marimba.

Cuando los arranques de la capilla estuvieron excavados y los adobes hechos, a una de las santulonas rezadoras se le ocurrió mandar a hacer una imagen en bulto del milagroso santo, para lo cual contrataron al mejor ebanista de la comarca, quien previo pacto de sus honorarios y después del pago de un anticipo, inició su trabajo, para lo cual escogió un tronco de madera de carreto de la mejor calidad.

Mientras tanto, las beatas y los beatos realizaban actividades para recaudar pisto para pagar la construcción de la capilla y el labrado de la estatuilla de San Nicodemo. Las doñas hacían comida y vendían bebidas. Los beatos organizaban peleas de gallos en canchas improvisadas en las calles de tierra de la pequeña comunidad.

Llegado el día de la develación de la estatuilla que estaba cubierta con una cobija, las mujeres gritaron: ¡Córtensela! cuando vieron al santo con su órgano viril expuesto, pero la jefa de las santurronas gritó estentóreamente:

¡AY SAN NICODEMO, SAN NICODEMO, AUNQUE SEAS PIJUDITO, ASÍ TE QUEREMOS!

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