TELEGRAMA URGENTE Y LAS TRANCAS

TELEGRAMA URGENTE Y LAS TRANCAS


Editorial La Tribuna

LO asombroso de los golpes a la economía nacional y familiar, es la resignación con que el amable público asimila su desgracia. Irónico que no sea el desgaste del sustento personal lo que inquiete. Otras cosas son las que sulfuran los nervios de los movimientos indignados que salen con candelas encendidas a protestar a las calles. Sorprendente –como para dejar a cualquiera con la boca abierta– es que temas relevantes, los que afectan en carne y hueso al pobre pueblo pobre, a pocos interesa abordarlos y menos discutirlos. Como lo que acaba de ocurrir ahora que se saltaron las trancas con la devaluación. Esta es la hora que los burócratas del Bantral están dictando el telegrama urgente dirigido a los jefes allá en Washington: Apreciadas “aves agoreras”: “Misión cumplida. Moneda DEVALUADA rebasando el pico de los 23 lempiras por 1 dólar”. Incluso con piquete de unos centavos adicionales de chascada.

Pero estas graves decisiones que a todos concierne no es materia de debate de la clase dirigente, ni siquiera de los orientadores de la opinión pública y, vaya cosa rara, ni de los empresarios afectados. Discurren como hechos inevitables sobre los que mejor no opinar. (Aquí en este espacio editorial es que pasamos neceando con estos asuntos delicados, de los que poco se habla, como si fueran ajenos al entorno). Los temas que realmente afligen a las grandes mayorías consternadas de la población, no mosquean a los políticos contumaces, ni a los diputados, ni siquiera es algo que enerve la epidermis de la oposición. ¿Cuándo, a alguno de ellos, lo han escuchado referirse a este flagelo de la devaluación, o al creciente batallón de desocupados, o a la sequía, al gorgojo que ha hecho estragos en los bosques, al cambio climático, a los groseros racionamientos de agua en la capital, al incremento de las tarifas eléctricas, o a las penurias que atraviesan compatriotas que huyeron del país por falta de oportunidades –pese a que sus remesas sean lo que sostiene el equilibrio económico nacional– o siquiera exhalar un suspiro solidario de conmiseración a tanto prójimo desesperado que lucha por ganarse la vida en un mercado deprimido y bastante hostil? A ellos lo que los emociona es la intríngulis de la “reelección”, la “segunda vuelta”, la “trenza”, el manoseo a la Ley Electoral; o bien pasan absortos en los pleitos intestinos de sus bandos feudales o en cualquier otro mejunje del ajetreo sectario.

El análisis de lo que debiera importar es usurpado por alegatos insustanciales. Hay ausencia plena del debate medular. No hay forma de animarlos a que haya discusión desprovista de los insultos, las acusaciones, los ataques personales, solo enfocada a escudriñar el fondo de los problemas. Y ese lenguaje de lupanar, como para lucir el bagaje intelectual, adornado con la sarta de ofensas habituales: “Corruptos, traidores, golpistas, vendidos, sucios, podridos”. Qué remedio. ¿A quién pueda importar el daño que esta gota persistente de la devaluación –como la tortura del Castillo de Omoa– haga a la economía nacional y a los famélicos presupuestos familiares? Encareciendo todo lo básico que viene de afuera, como gasolinas, materias primas, insumos básicos, alimentos, y otros artículos de consumo primario. Es como arar en el mar. Un ejemplo de cómo los pueblos se hastían de las pociones nocivas que recetan las aves internacionales de mal agüero –no es primera vez que provocan caos políticos y sociales– es lo que hoy ocurre en el mercado europeo. Algo que aquí tampoco a nadie inmuta, pese a que el Brexit es un tsunami provocado por el descontento de los que se sienten excluidos de los beneficios del sistema. Un enfrentamiento entre los que ganan y los que pierden.

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