Justicia “divina” yanqui
Justicia “divina” yanqui
ARMANDO VILLANUEVA
Así como es la enfermedad, así debe ser la medicina. Si apenas es un dolorcito de cabeza, con una pastillita basta, y hasta sobra. Pero, si el paciente visita al médico hasta que ya anda con las coronas en el lomo, o lo mandan directo al quirófano o al cementerio. “Solo le quedan seis meses”, le dice el doctor.
Es lo mismo que ha pasado con la Policía y la depuración, solo que los responsables de cuidar la salud del paciente nunca se preocuparon por llevarlo al médico, unos por acción, otros por omisión y otros por complicidad, y dejaron que el cáncer hiciera metástasis en todo el cuerpo del enfermo. De la cabeza a los pies.
Como lo difícil es asumir la tarea de resolver los problemas. Porque el problema no es el problema. El problema es no querer darse cuenta que hay un problema y que, para resolver el problema, primero hay que entender que hay un problema.
Pero no. Pasaron varios presidentes, ministros de seguridad, directores generales de la Policía y como si todo era miel sobre hojuelas en la Policía. Ni migraña tenía el paciente. Para qué, entonces, llevarlo al hospital.
Hoy nos revienta en la cara otro escándalo de corrupción policial gracias a la justicia yanqui.
Igual que el caso Callejas y el de los Rosenthal. Tiene que venir una diosa Temis del extranjero a hacer lo que aquí hemos sido incapaces de hacer. Y por eso también vino la Maccih.
La inoperancia de nuestro andamiaje institucional que nunca ha funcionado. La Policía, la justicia –que solo muerde a los descalzos-, el tribunal de “cuentos”, la PGR, la CNBS en su responsabilidad de poner en cintura a los banqueros y, no digamos, la DIECP, cuya única tarea era limpiar la Policía. Más de 200 millones se le dieron y nunca depuró un tan solo oficial. Ni uno siquiera. Todos eran “colegas” de San Pedro.
Por eso, tenían razón aquellos gobiernos amigos que, en su momento, le propusieron a JOH optar por el cierre total de la Policía y arrancar de cero con una nueva institución, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír. ¿Todavía estará a tiempo?
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