¿Hacia dónde vamos?
¿Hacia dónde vamos?
Por: Benjamín Santos
A nadie se  le ocurriría en su sano juicio abordar un vehículo terrestre, aéreo  o marítimo sin  informarse hacia dónde se dirige y sobre la confianza que le merece  quien lo conduce.  Si alguien  va para Choluteca y se encuentra en un bus que va a San Pedro Sula, se baja en cuanto se da cuenta del error. Eso ocurre en  las cosas pequeñas de la vida, pero no en lo que más afecta nuestra corta permanencia sobre la tierra. Nadie escoge a sus padres ni el país donde le tocó  nacer y no es posible rectificar. Ni siquiera tuvimos que ver con el nombre que llevamos desde la cuna hasta la tumba. Muchas veces ni siquiera escogemos  el oficio o profesión  a la cual dedicaremos  la vida, porque bien se la imponen o no le queda más alternativa que estudiar lo único que está disponible en el lugar donde vive. Así  hay profesores que hubieran sido buenos médicos y médicos que nacieron para políticos o abogados y  periodistas que nacieron para comerciantes. Pocos tienen la oportunidad de estudiar  carreras alternativas más acordes con su vocación natural  mientras que la mayoría tiene que ejercer una actividad profesional como fuente de ingresos,  pero que no responde a lo que más le hubiera gustado hacer en la vida y por supuesto que lo hace mal o por lo menos de mala gana. En Europa nadie se siente menos por ser mecánico y no ingeniero, porque   su formación y su ejercicio tienen un alto nivel.
Sin haberlo escogido y en muchos casos ni  aceptado, viajamos juntos  en este barco que se llama Honduras sin  saber hacia dónde vamos o, mejor, hacia dónde nos llevan. Todos los días y todos los años hacemos  un viaje en este vehículo que se llama la tierra, pero todos sabemos que el viaje corto lo hace sobre su eje y el largo, alrededor del sol. No sabemos, en cambio, dónde estará este transporte que se llama Honduras dentro de cinco,  diez o veinte  años, porque desconocemos el itinerario. Suponemos que lo conoce quien nos conduce, pero cada conductor cambia de ruta y  al final solo sabemos que vamos, pero no sabemos decir  a dónde. Como no sabemos, tampoco asumimos una actitud cooperativa, sino cada sector social y cada persona hace lo que mejor se le ocurre en función de sus intereses personales o de grupo.
Durante el gobierno anterior, el presidente Lobo firmó en la toma de posesión una cosa que se llamó  Visión de País y Plan de Nación, pero que el actual gobierno no menciona ni por equivocación. No digo que lo que hace el actual gobierno sea malo o  inconveniente por no encajar dentro del  plan de don Porfirio, sino que  sentimos que hemos cambiado de ruta, quizá para mejor, pero la idea era que cinco o seis gobiernos nos llevaran por la misma ruta haciendo los ajustes necesarios después de cada evaluación. El fin  del Estado es el bien común o sea la creación de las condiciones materiales e inmateriales para que cada persona  en forma individual o como parte de grupos o sectores determinados puedan promover  su  propio desarrollo. En aras del respeto a la dignidad humana, no debe entenderse que el Estado debe darle la solución en la boca a cada problema de la población, sino  crear las condiciones para que cada quien  busque  la solución, condiciones como: vías  y sistemas de comunicación, trabajo, salud, educación, seguridad para lo cual se requiere impulsar  en forma colectiva el desarrollo económico, cultural, social y político. SI el Estado no cumple su propósito, la sociedad tampoco cumple  el  suyo y cada persona individual, consecuentemente, tampoco  podrá hacerlo.
El esfuerzo que este gobierno está haciendo en materia de seguridad, especialmente en el combate  al narcotráfico, a la extorsión, respecto de la  identidad nacional como la marca país, el mejoramiento de la infraestructura, una política exterior con metas más claras especialmente en materia de cooperación internacional, el incentivo a la producción, el manejo del conflicto social etc. Pese a todo, se mantiene  la vigencia del titular de esta columna  cuando oímos y vemos la tendencia de personas y grupos que  claman por la reelección promovida desde el poder sin que el Presidente  haya manifestado su interés en ese propósito, aunque tampoco ha dicho que no. Esa tendencia, aprobada por unos y adversada por otros, puede llevarse a un conflicto innecesario si el pueblo  no es previamente consultado  al respecto  mediante los mecanismos  constitucionales. ¿Hacia dónde vamos?

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