LA CABUYA Y EL LEMPIRA

LA CABUYA Y EL LEMPIRA


Editorial La Tribuna

YA casi, no tarda mucho. Los sacerdotes de la devaluación, inclinados ante el sagrado templo del martirio, donde hacen micos y pericos de la política monetaria, cumpliendo al pie de la letra las instrucciones del FMI, están a un paso del sacrificio. O poniéndole música al ritual, “Ya vamos llegando a Pénjamo”. (La ranchera del recordado mariachi mexicano Pedro Infante: “Arre burrita, no se me quede; mire pues chula ya se divisa mi pueblo”. “Ya vamos llegando a Pénjamo, ya brillan allá sus cúpulas”. La parte más sugestiva de la melodía despegaba con la siguiente narración: “Si una muchacha te mira y se agacha es que es de Pénjamo; o si te mira y luego suspira también es de allá. Si un hombre por una pérfida se mata con otro prójimo, si es decidido, y muy atrevido es que es de Pénjamo; si a quemarropa te invita la copa pos ya ni que hablar”).

Lo anterior, en nostálgica evocación de los viejos tiempos cuando el “México lindo y querido” ejercía influencia preeminente con su música, sus películas, libros, arte y otros retazos de la cultura, sobre los próximos vecinos al sur de sus fronteras. Mucho antes que los peludos ingleses se tomaran el escenario norteamericano por asalto, revolucionando la música y el espectáculo, o que el reggaetón, el “rock pop”, el “gothic-pop” el “tecno” y hasta los “narcocorridos” arribaran para mover el alma y el esqueleto de la juventud risueña de las presentes generaciones. Pues bien, suficiente divagación, continuemos con el tema. Con los últimos empellones al valor de la moneda ya la tienen en 22,9974 lempiras por dólar. (A un “milímetro de segundo” –la nueva medida acuñada por el culto autócrata venezolano– de alcanzar un cenit). O sea, lo impensable, que la moneda podría depreciarse y rebasar el pico de 23 lempiras tan rápidamente. Ya no para finales del año sino precisamente a mediados de este. La gavilla burocrática del Bantral no amenaza, y poco falta para asestar el empujón definitivo. De más está insistir sobre el daño que esta embestida al lempira tiene en la producción nacional, encareciendo medicinas, gasolinas, materias primas, esencialidades, alimentos, insumos básicos e infinidad de artículos importados. Del efecto recesivo que tiene en la economía al elevar los costos de operación de grandes, medianas, pequeñas y minúsculas empresas impidiendo que puedan crear fuentes de trabajo. Y por supuesto la ingrata erosión de los famélicos presupuestos familiares.

Lo triste de estas recetas que ensayan las aves agoreras en estos laboratorios de experimento, es la poca conciencia sobre hasta dónde puede llegar la resignación de pueblos acorralados ¿Qué les importa el padecimiento del pobre diablo de estas naciones acabadas o que algún día tanto hostigamiento reviente en anarquía social? Como el caos que esas pociones nocivas han producido en otras partes del mundo. Otro ejemplo de cómo los pueblos se hastían de la petulancia de esa caterva de expertos, que no es primera vez que provocan caos políticos y sociales en otros países, es lo que actualmente sucede en el mercado europeo. Suficiente evidencia como para repensar las cosas, a modo de entender que la cabuya, por resistente que luzca, aguanta que la estiren hasta que revienta.

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