Dos amenazas latentes

Dos amenazas latentes


Por Segisfredo Infante

Hemos seguido, con algún detenimiento, algunas de las declaraciones públicas, frívolas y peligrosas, de un terrateniente y ganadero tradicional de una vieja hacienda de Lepaguare, uno de los principales depredadores de los bosques del departamento de Olancho, quien en los últimos años se ha empeñado en hacernos creer que él es el más grande “revolucionario” hondureño, centroamericano, del planeta Tierra y de los sistemas solares circunvecinos, con escasas o malas lecturas del quehacer teórico y práctico de las revoluciones, de diverso signo, de los siglos dieciocho, diecinueve y veinte; porque además de “faltarle pupitre”, como ha repetido un analista de este mismo diario, el personaje carece, a simple vista, de la más mínima formación autodidáctica seria, que es como la esencia de los verdaderos ideólogos y pensadores. Una cosa es coleccionar libros y otra muy diferente es estudiarlos con sobriedad. A este simpático y medio folclórico fulano le ocurre, como repetía un escritor francés de hace varias décadas: que el personaje “piensa” según por el lado de la cama donde se levante; o según los supuestos “medicamentos” que haya ingerido en la madrugada. Esto lo saben muy bien sus más cercanos colaboradores, algunos de los cuales se le han ausentado por el cansancio físico y mental que les produce la sarta de incoherencias tóxicas que el personaje suele exteriorizar. Y es que por esa misma inconsistencia ideológica, le resulta más fácil lanzar ofensas personales humillantes por doquier, inyectándolas a sus mismos seguidores, sobre todo a los jóvenes inocentes que desconocen la historia del país, incluyendo la de los depredadores de Olancho, y de las proximidades de la biosfera del río Patuca y del famoso río Plátano. Algo aprendió de la capacidad harto ofensiva del fallecido comandante venezolano (QEPD).

La primera declaración que deseo referir, es la exteriorizada en el último momento de la celebración del primero de mayo, “Día Internacional de los Trabajadores”, en que el grandulón (se dice que es bueno a los puñetazos) expresó literalmente que “nos iremos a las calles y no habrá paz en Honduras”. En primer lugar se coló a la conmemoración de los trabajadores un hombre que nunca ha trabajado en serio, que nunca ha aguantado hambre ni desempleo, porque ha sido “un niño bien”, es decir, un niño mimado y encubierto, desde que vivía allá por Coyoles Central, cerca de Olanchito, donde algunas familias de aquella localidad sugieren que tiene un cuajo pendiente. No digamos los cuajos, es decir los graves problemas directos e indirectos, en Lepaguare y hasta se dice que en Catacamas, a mediados de los años setentas. La cosa es investigar con imparcialidad, con sobriedad y verdadera justicia, porque se corre el riesgo de caer en tergiversación o en anulación de los hechos. Guardamos, eso sí, la vieja esperanza que estos detalles sean investigados por los historiadores imparciales del futuro, sean hondureños, centroamericanos, estadounidenses, chinos o europeos, sin las presiones y peligrosidades del presente, dada la circunstancia actual, en que casi nadie le prestó atención a las declaraciones y publicaciones impresas, originarias, del dirigente campesino, ya fallecido, don Pedro Mendoza.

Resulta normal que un hombre que nunca ha tenido paz consigo mismo, desee sobresalir haciendo llamamientos al bochinche y a las montoneras anárquicas, típicas de la Honduras atrasada del siglo diecinueve y comienzos del veinte, que ensangrentaron las “campiñas hondureñas”, como lo diría, con un doble discurso, don Policarpo Bonilla. Tales llamamientos a la existencia (es decir NO coexistencia) fratricida entre los hondureños, los ha remarcado el personaje político que aquí nos ocupa, en unas declaraciones recientísimas en San Pedro Sula, en donde ofrece, o más bien empuja, para que otros compañeros tomen las “AK-47” y se sumerjan en la vida estéril de la conspiración perpetua, llevándole la contraria al filósofo ilustrado, partidario de la vieja revolución francesa, el señor Immanuel Kant, respecto de la bella utopía, en su periodo de madurez, acerca de “la paz perpetua” universal. Quizás sería imposible que el personaje aludido comprendiera un par de páginas del filósofo alemán, como sí pareciera haberlo entendido, aunque fuera fraseológicamente (influido por Dante Gabriel Ramírez) el presidente Ramón Villeda Morales, con aquello del “imperativo categórico”, que es un imperativo ético que jamás asimilaría el hombrón de Lepaguare, con su triple discurso, ni tampoco algunos de sus seguidores.

Llamar a la destrucción de la paz posible y a la toma de armas de fabricación rusa, significa encontrarse enemistado, o cargado de rencor y vanidad, por pura picazón personal, con las instituciones republicanas y con las posibilidades de una democracia integral que podría seguir el modelo estadounidense o el modelo suizo, según las circunstancias de la “realpolitik”. No según nuestros deseos individuales más íntimos. Personalmente respeto a los verdaderos y pocos socialistas (del “socialismo real”), aun cuando no comparto casi nada con ellos. Pero me pongo en estado de alerta cuando observo a alguien que se coloca una máscara de “revolucionario” antisistema; o una máscara de “Anonymous”, con tres discursos contradictorios, según sean los movimientos de la luna en cada semana.

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