¡La obscenidad!
¡La obscenidad!
Por: Patricia D’Arcy Lardizábal
Tengo “patente”, cuando acompañaba a mi abuelo al cine Variedades, quedaba muy cerquita de nuestro hogar.  Después de salir de su trabajo en  la Municipalidad,   llegaba  a las tres de la tarde  meciendo su bastón con puño plateado y grabadas sus iniciales: C.S.L.   Nosotros le esperábamos religiosamente a esa hora almidonada y compuesta para que  le acompañara al teatro y relajarse un poco.
Antes de entrar al cine los vendedores de golosinas  esperaban a sus clientes  con una caja de madera rústica  guindada en su hombro, repletas  de ricos dulces de aquellos tiempos.  Como ya conocían a mi abuelo,   me regalaban chicles “Adams”, barquillos de cacahuates cubiertos de caramelo, unos confites que tenían la forma de fresitas,  confites de mantequilla envueltos en celofán, unos cartuchitos llenos de nances bien lavaditos, en fin me llenaban las bolsas del vestido con ricuras.
Cuando aparecía en la pantalla María Félix con Jorge Negrete y se besaban apasionadamente, se escuchaban voces detrás de nuestros asientos, cuchicheando, “huy que barbaridad, tápele los ojos a esa niña don Carlos, ¡qué “obscenidad”!, por qué la trajo a esta hora”.  (Las tres de la tarde,)   no digamos cuando me llevó a ver “La Diosa Desnuda”.  Algunos parientes nuestros,  en la antesala del cine,  le reclamaban por  qué me llevaba a ver esas película tan “obscenas”,   y mi abuelo que era un hombre sano y con mucha sabiduría, les contestaba que a él le gustaba el “arte” y lo que quería ver era la “estatua” en mármol cincelada en la figura elegante de  María Félix y que no fueran tan morbosas y agregaba molesto  que,  además como cipota  me dormía al solo comenzar la película.
Luego ya más grandecita, como de doce años,  la época del rock n´roll, y Elvis Presley;  ¡Dios mío!, las amigas de mi madre le hablaban por teléfono “chismeándole”  que estábamos un grupo de la Escuela Americana entre ellas nosotros,   en el cine Variedades viendo una película, sin permiso  extasiadas siguiendo  los movimientos “obscenos” de Elvis Presley, bailando “Jail House rock”  “Blue Suede shoes”, y otras canciones que hacían delirar a las admiradoras de Elvis, con un bucle que le caía en la frente peinado con vaselina “yardley” y que dio origen en Honduras a los famosos “buclosos” que se pavoneaban en las famosas cafeterías, El Jardín de Italia y El Patio.
Ahora pasemos a algo más crítico y profundo de lo que es  “obscenidad”.  Herbert Marcuse, famoso profesor de filosofía en la Universidad de California, expresa en su famoso libro “Ensayo sobre la liberación”  varias ideas al expresar que: “esta sociedad es obscena en cuanto produce y expone indecentemente una sofocante abundancia de bienes, mientras priva a sus víctimas en el extranjero de las necesidades de la vida;    obscena al hartarse a sí misma y a sus basureros mientras envenena y quema las escasas materias alimenticias en los escenarios de su agresión;  obscena en las palabras y sonrisas de sus políticos y sus “bufones”;  en sus oraciones, en su ignorancia, y en la sabiduría de sus  intelectuales a sueldo”.
La “obscenidad”, opina, es  un concepto moral en el arsenal verbal del sistema establecido, que violenta el término aplicándolo, no a las expresiones de su propia moralidad, sino a las de la ajena.  No es obscena en realidad la fotografía de una mujer desnuda que muestra el vello de su pubis; pero  si lo es la de un general uniformado que ostenta  las medallas ganadas en una guerra de agresión; obsceno no es el ritual de los hippies, sino la declaración de un alto dignatario de la iglesia en el sentido de que la guerra es necesaria para la paz.  La moralidad no es algo necesario ni primordialmente ideológico.  Frente a una sociedad amoral, se convierte en una arma política, una fuerza efectiva que impulsa a la gente a quemar sus tarjetas de reclutamiento, a ridiculizar a sus líderes nacionales, a hacer manifestaciones en las calles y a desplegar carteles diciendo “no matarás”  en las iglesias del país.
Pienso además, que la opulencia, es también  una obscenidad, mientras un enorme porcentaje de la población hondureña se está muriendo de hambre, nuestra sociedad y los políticos de turno recrean patrones de comportamiento y aspiración que viene a ser parte de la naturaleza de sus miembros, y a menos que la revuelta alcance esta segunda naturaleza, llegando hasta estos patrones internacionalizados, el cambio social continuará siendo incompleto, y  llevará en sí mismo su propia derrota.
La llamada economía de la “sociedad de consumo” y la política del capitalismo empresarial que estamos experimentando, han creado una segunda naturaleza en el hombre que lo condena  agresivamente a la forma de una mercancía. Veamos para ello el mercadeo de las pasarelas, la necesidad de la competencia entre nuestras mujeres, disputándose al suave, quién  viste mejor y la que lleva en su brazo una cartera  de “marca”  Louis Vuitton, o una Chanel,   para salir en las revistas sociales exhibiendo sus atuendos que, entre más caros son creen que les genera “status social”.  La necesidad de poseer, consumir, manipular y renovar constantemente la abundancia de “chereques”  superfluos ofrecidos o  impuestos por la mercadotecnia televisada,  a la gente; la necesidad de usar estos bienes de consumo incluso a riesgo de su propia destrucción   les ha hecho creer y se han convertido en una necesidad “biológica”.
En resumen, creo que para liberarnos un poco  de la “sociedad de consumo” tendríamos que abrir nuestro lente óptico ante tanta  obscenidad mercantilista, lo que conlleva   cambiar la mente de aquellos que creen: “tanto tienes, tanto vales”.  Todo lo material es desechable: la belleza interna perdura, es inmortal. Cada día, se afirma en nosotros la inconmovible verdad que los valores morales son perdurables y no están a la venta  porque comienzan y se transmiten desde el vientre de la madre.
La más antigua de todas las sociedades, y la única natural es la familia. (Juan Jacobo Rousseau).

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