Millonario gracias a la devaluación

Millonario gracias a la devaluación


ARMANDO VILLANUEVA

El vuelo chárter, con procedencia de Madrid, aterrizó en Estambul a las 2:00 de la madrugada. No llevaba ni un centavo de la moneda turca, la lira, y cambié cien dólares en la única ventanilla del aeropuerto que estaba abierta a esa hora. Me dieron como 50 millones de liras por el billete de a cien.

En los billetes turcos de a cinco mil, diez mil, cien mil, quinientos mil, un millón, diez millones, veinte millones, aparece la figura de Mustafá Kemal Ataturk, fundador y primer presidente de Turquía, erigida sobre los escombros del hasta entonces poderoso imperio Otomano que, durante cinco siglos, controló todo lo que es hoy el Medio Oriente y gran parte del Asia Central.

Me asusté con tanto dinero, pero el susto fue mayor cuando tomé mi primer taxi, y me cobró cerca de tres millones por la carrera. Luego, una coca cola, un millón y medio. Al día siguiente fuimos al Gran Bazar, un mercado donde hay de todo y que existe antes de Cristo, y, unos cuantos recuerditos, diez millones de liras.

No es, entonces, el dinero que tenemos, si no, el poder adquisitivo de esa moneda. El valor que tiene a la hora de ir al mercado, de pagar el alquiler, la colegiatura de los niños, el servicio de cable, la telefonía celular y hasta la viagra para quienes la necesitan.

No se requiere ser graduado de Harvard para saber que la devaluación es, quizá, el impuesto más grosero contra el pueblo.

Diversos sectores, incluido el Fosdeh y el Instituto de Estudios Fiscales de la región, han disparado las alarmas por el apresurado deslizamiento del lempira con relación a la divisa estadounidense. La devaluación se presenta, no obstante, el incremento de las remesas, la estrepitosa caída de los precios del petróleo, el aumento de las reservas internacionales y el ingreso de millonarios préstamos.

Tanto el presidente del BCH como el jefe del Gabinete Económico y ministro de Finanzas han salido al paso a negar esas elucubraciones.

Pero, los hechos hablan por sí mismos. Lo que ambos tienen que hacer es hacer lo que tienen que hacer para que el deslizamiento no continúe al ritmo que va. Punto.

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