“¡Es que yo, ve…!”

“¡Es que yo, ve…!”


Por Roberto C. Ordóñez
Cierta vez, cuando pasaba las vacaciones de Semana Santa con mi familia en el escenario donde practicaba mi masoquismo agrario sembrando vientos y cosechando tempestades, inesperadamente apareció una visita con una numerosa comitiva.

Llegó justamente en el momento en que terminábamos la dura faena de echar la última pasada con un chinchorro en una de las catorce lagunas que tenía y en las que cultivaba peces, que todos los años los ladrones de fuera junto a unos gatos caseros se me adelantaban y cosechaban los peces grandes y solo me dejaban las pirrachas, después de haber alimentado todo el año los peces con carísimos concentrados.

Al ver nuestra magra cosecha de pequeños peces, mi huésped inesperada exclamó: “En primer lugar esa no es la manera de echar el chinchorro. Necesita más gente en los extremos y en la parte honda de la laguna”. Acuérdese que yo soy del sur y es que yo ve…”. Mientras lo decía se daba unos golpecitos con los dedos en la cabeza, para indicar su gran inteligencia.

Además, dijo la doñita: “En vez de comprar concentrado tan caro alimente los peces con estiércol fresco de ganado del que usted tiene. Haga la prueba y ya verá la diferencia. Peces más grandes, gordos y sabrosos. Es que yo ve…”.

Mientras las mujeres se afanaban friendo pescados en una cacerola hirviente con manteca de chancho y la visitante y su comitiva nos echábamos unos traguitos, mi inesperada huésped repitió muchas veces la expresión mencionada y se golpeaba indistintamente los sentidos, la frente o la mollera. Parece que los aperitivos la hicieron perder no solo el equilibrio, sino el sentido de la orientación, porque al principio solo se golpeaba los sentidos con los dedos.

Les explicó a las cocineras mejores maneras de freír los pescados para que quedaran más gustosos, repitiendo la expresión y los golpecitos cada vez más fuertes, a medida que los traguitos se le subían a la cabeza.

La conversación se enrumbó hacia los negocios, mencionando que ella era dueña de varias farmacias, en Nacaome, San Lorenzo, y Langue y que les ganaba a todos los demás boticarios de esos pueblos. Mientras aquellos tenían pocas ganancias y pagaban correctamente sus impuestos, ella evadía el fisco y tenía grandes utilidades, porque “es que yo ve…”.

También nos contó que era dueña de salineras en las que competía nada menos que con el finado general Policarpo Paz García (QDDG).

Como en Honduras siempre estamos en campañas políticas, no tardamos mucho en derivar la conversación de sobremesa sobre este asunto que a tantos apasiona y la inteligente señora nos contó que quería ser diputada pero que había varios aspirantes que le querían ahumar sus aspiraciones usando innumerables artimañas y poniendo obstáculos en su camino hacia el Congreso.

Dijo que unos le levantaron la perra de que era nacida allende el Goascorán, o sea que era guanaca y por lo tanto no podía aspirar a ningún puesto de elección popular, pero nos dijo que tenía su partida de nacimiento extendida por el secretario municipal de una alcaldía sureña, en la que se hacía constar que era más hondureña que el indio Lempira.

Otros contrincantes políticos la acusaban de contrabandista, de evasora de impuestos y de que las medicinas que vendía eran pirujas, pero ella tenía todos los documentos que probaban lo contrario, incluyendo constancias extendidas por la antigua Dirección General de Tributación, que previo pago de coimas la hacían aparecer como una angelita incapaz de defraudar al fisco. También tenía constancias extendidas por el Colegio Químico Farmacéutico que acreditaban que las medicinas que vendía eran legítimas y contaban con los respectivos registros sanitarios.

Vienen a mi memoria estos viejos recuerdos cuando oigo a los políticos de nuevo cuño ponderar sus virtudes, habilidad política e inteligencia. Dicen que son más preparados para gobernar que todos sus rivales juntos, que ya es mucho decir porque nuestros viejos políticos se las saben todas y las que no saben se las inventan sobre la marcha.

Que en paz descanse mi huésped de aquella ya lejana Santa que nos divirtió tanto con su “es que yo ve…”.

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