Lecciones de una elección
Lecciones de una elección
Por Antonio Flores Arriaza
La reciente elección de una nueva Corte Suprema de Justicia nos ha dejado algunas lecciones que vale la pena estudiar con diligencia y aprender. Aprender implica adquirir un cambio, una transformación y no repetir lo mismo.
Lo primero que ha saltado a la vista es que nuestra clase política se caracteriza por la intransigencia y la incapacidad para negociar. Todos mostraron su profunda incapacidad para moverse de acuerdo a una visión estratégica que se genere en función de las altas aspiraciones de nación. Nos mostraron que cada grupo se parapeta en su trinchera como si estuvieran tan atrasados como en la Primera Guerra Mundial. Los políticos deben ser personas con alta capacidad para el diálogo y la negociación para buscar soluciones. Pero, no hemos visto tal cosa en nuestros políticos. En los partidos tradicionales ya es de esperar, pero, si los políticos de los nuevos partidos son iguales es un tema de alta preocupación.
La oposición jugó a perder. Fueron incapaces de negociar. Quisieron imponer un bloque total de candidatos contra otro bloque total de candidatos propuestos por el sector gobiernista. Negociar no es llegar en plan amenazante. Negociar no es intentar imponer el total de mis criterios. Negociar es llegar a acuerdos que implican aceptar lo rescatable de los otros y sacrificar lo más endeble de lo nuestro. Será imposible si quiero tratar de imponerme como el único con la razón. Los opositores parece que no comprenden que el fiel de la balanza es el poder y este lo tienen los gobiernistas. Han sido incapaces de dar el salto cualitativo de la gritería a la estrategia inteligente.
Los nuevos partidos políticos han mostrado que no son diferentes de los antiguos partidos. Unos y otros no tienen líderes, solamente tienen dueños. Parece que, como país rural, seguimos teniendo la visión de ser parte de una hacienda que tiene un dueño y que, lo que ordena el dueño, es lo que ciegamente se debe hacer. No se le argumenta al dueño, se le obedece. Y los supuestos líderes asumen imperativamente este desempeño que, en vez de serles vergonzoso, los llena de orgullo y soberbia. Qué terrible que los representantes del pueblo actúen solamente como obedientes sin ápice de dignidad u orgullo. Mientras más sometidos, más satisfechos se muestran.
Sorprendentemente, los dueños de los partidos han exigido a sus seguidores que violenten la Ley Electoral al hacer público su voto que debería ser privado como lo ordena el principio general. Manipularon el concepto para tratar de vestir de transparencia lo que es violatorio y que, realmente, llevaba como propósito asegurar el sometimiento a sus voluntades autoritarias. Y lo más sorprendente: los diputados, los que hacen las leyes, corrieron a violar el espíritu de la Ley Electoral.
El irrespeto a la dignidad de la mujer fue otra lección observada. Quedó evidenciado el cobre que se esconde tras de vestuarios elegantes y de verborreas impertinentes. Se mostró a todo color que esos líderes no pueden gobernar a un país con mayoría femenina cuando en su comportamiento real, y no el ficticio con el que se arropan, evidenció que tienen un retrógrado concepto del valor y las capacidades que deben tener las mujeres.
Comportamiento penoso y vergonzoso de quienes dicen que son la esperanza para la dignidad nacional. Respetar y reconocer la dignidad femenina es fundamental en un país de avanzada. El cristianismo vino a darle el reconocimiento de igualdad a la mujer, a diferencia de las otras grandes religiones inventadas por la humanidad.
Luego de la elección de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia debe aceptarse de inmediato que ellos son el otro poder del Estado. Pero, lo que sucede es que los magistrados hacen la elección de su Presidente y allá regresan, como la mujer de Lot, a pedir que el Congreso apruebe su decisión. Esto ya no debería suceder. Y, el presidente del Poder Judicial debería ser independiente del Congreso y del Ejecutivo. Lo que vimos fue que, el candidato oficial fue mostrado por el Congreso y, cuando los magistrados realizaron su primera sesión, el ungido se sentó de inmediato en la cabecera de la mesa como para dejarlo muy claro. Qué desvergüenza. Esa primera sesión debió ser presidida por la magistrada con mayor votación a su favor y la elección debió ser en voto secreto para continuar respetando el principio general. El proceso de selección de la Comisión Nominadora, proceso que trató de seguir una metodología científica basada en evidencias, debió ser considerado hasta llegar a la integración de las salas de la Suprema Corte.
La Comisión Nominadora fue poco respaldada por los organismos del Estado. Las solicitudes de información no fueron debidamente atendidas.
Ignoramos si eso sucedió porque, dichos organismos no tienen la capacidad real para proporcionar información actualizada, o porque, las autoridades de dichos organismos tomaron la decisión de no aportar la información actual y fidedigna. Ambas explicaciones son penosas, pero, la última sería terrible porque nos mostraría que se corrompe el sistema para evitar poner en evidencia a aquellos que no deberían conformar la Suprema Corte. Esta experiencia debe ser basamento para una nueva búsqueda de magistrados cuando superemos los errores ahora cometidos.
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