Parlamentarismo decadente


Parlamentarismo decadente

Por Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Tras el estéril debate parlamentarista en el Congreso Nacional de Honduras, donde se dirime la selección de los magistrados que integrarán la Corte Suprema de Justicia, uno puede suponer varias cosas en torno a este fenómeno circense de los “representantes” del pueblo, que ha acaparado la atención del público, buena parte de la misma inducida por los medios de comunicación de masas que han seguido la porfía electorera como si se tratara de un “reality” de bufones o un concurso de pulsos de cualquier taberna de la capital.

Lo que en un principio parecía ser el proceso de selección de mayor limpidez en la historia de Honduras, terminó siendo un espectáculo carroñero donde la perfidia de los partidos se hizo evidente pretendiendo asignar en la famosa lista, a sus correligionarios en concurso quienes, de entrada se pintaron de colores, cayendo en la trampa no solo de los medios, sino también de los parlamentarios que querían saber más sobre las simpatías y afiliaciones de los competidores. Desde ese momento el proceso se corrompió.

Pronto, la mayoría absoluta de los participantes, delimitó su inscripción partidista estampados en la tradicionalidad política, lo que daba a entender que la oposición no tenía cabida, bien porque sus militantes en competencia carecían de los requisitos y saberes requeridos o simplemente porque no les interesaba concurrir a la cita electorera.

La lógica dicta, y eso hubiese pasado en cualquier país civilizado, que la comisión encargada de la selección de los magistrados, esto es, la Junta Nominadora, ese organismo al que artificiosamente se le faculta para actuar de manera independiente -según consta en el Decreto 140-2001- en el escogimiento de 45 candidatos, debería ser la encargada de completar el proceso hasta elaborar la lista de los 15, simplemente para que el Legislativo ratifique la decisión del organismo creado para tal fin. La trampa subyace en el artículo 2 de dicha ley. Ahí se muestra el poder de los partidos y el entronque para que estos decidan lo que mejor conviene a los grupos parapetados detrás de los mismos. Lo de las mayorías y los intereses populares queda en el cesto de la basura.

Luego todo mundo conoce el orden de la historieta: las trifulcas amañadas, los arreglines de los opositores, las grescas por quedarse con las migas de poder, los anzuelos para pescar a los más cotizados, y sin olvidar, la tragedia cómica de los partidos Libre y PAC, liga funesta esta, que se ha dedicado en todas las diligencias del Congreso, a sabotear las propuestas que nacen del sector mayoritario, simplemente porque, o no nació como un alumbramiento legislativo de sus diputados, o porque los proyectos podrían poner en evidencia su falta de talento para anticiparse a los hechos históricos. Y, desde luego, quedar en ridículo frente al público.

En todo caso, no debemos pasar por alto que lo que percibimos como un proceso chueco, pero legal, termina siendo aceptado con conformismo por el respetable ciudadano, admitiendo que las providencias de los padres de la patria es excelsitud de sabios. Ese territorio no es nuestro para nada.

Cuando el PAC exige una cuota de participación en el nuevo Poder Judicial, de lo contrario amenaza con boicotear el proceso, ¿no se convierte esta coacción extorsionadora en lo que, precisamente Nasralla repele en pataleo permanente? Todas las elecciones del Estado no son más que vitrinas del espectáculo mediático donde los partidos imponen las directrices de los grupos que se escudan detrás de ellos. Lo que en esencia debería ser un parlamento de representación popular, se convierte en un concilio de camaradas donde confluyen intereses, no de los ciudadanos, sino de pequeños grupos que dictaminan los mandatos e inclusive, engendran de la matriz de las estructuras bipartidistas, pequeños apéndices organizacionales que, como Libre y el PAC, sirven para proyectar imagen de oposición y balance. En la realidad estos engendros con malformaciones no son más que articulaciones políticas cuyos integrantes, apoderándose de un discurso aparentemente vivificado, terminan por mostrar las mismas artimañas electoreras de la tradición política.

Mientras la tecnología y la ciencia corren a pasos agigantados, la política hondureña se mantiene fosilizada en ese estado antediluviano en el que sus representantes legislativos no son más que marionetas movidas por los hilos del poder real. El parlamentarismo representativo es un reflejo deshonroso del deterioro en el que se encuentra sumida la democracia y prueba de ello se muestra ahí, en el proceso de selección de los magistrados, un episodio vergonzoso que muestra una vez más, la caducidad de nuestro sistema político al que no le hallamos compostura ni cura.

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