La vida insondable entre semáforos
La vida insondable entre semáforos
JOSÉ ADÁN CASTELAR
Cuando me dijeron que escribiera para los viernes me gustó, porque me gusta escribir y porque me gustan los viernes. Así que me fui conduciendo por las impías calles capitalinas pensando en los temas; no quería referirme a la elección de una nueva Corte Suprema de Justicia con dueño, ni a los discutidos casos de zika o a la corrupción implacable.
En el semáforo un adolescente se acercó con un bastón para limpiar el vidrio del vehículo. Le encendí el limpiaparabrisas para rechazar un servicio que yo no había pedido, y otros pasaron vendiendo mandarinas, y fresas, y cacahuates, y franelas, y espejos de carros, y otro escupía fuego, y otro hacía malabares con pelotas de tenis. Todo un submundo comercial que zigzaguea entre la luz verde y la roja.
Pero el ciudadano desesperado por la crisis y acechado por la inseguridad no siempre está de humor para soportar que le limpien el vidrio del carro sin su permiso; y mi vecino de carril en el bulevar le dice algo al muchacho limpiador, y este le contesta airado lo que yo no alcanzo a escuchar con las ventanas cerradas; y el tipo se baja del carro y señala e increpa al joven, y este envalentonado se le para retador, pero con ánimo de salir corriendo. La fila avanza y el pleito se termina.
Entonces pensé que este era un buen tema para escribir un día de estos. La vida que estos chicos han pasado entre semáforos, ahuecando sus manos en la frente para ver a través de los vidrios polarizados y pedir un lempira por favor, y alguien les dice que no, o alguien les regala unas galletas, o una hamburguesa mordida, o una Coca-Cola empezada, lo que sea que sobre.
Algunas veces van a la escuela y algunas veces tienen mamá. Temen a la policía y a caerse de los carros de los que se cuelgan para viajar. Rechazados por casi todos y al margen de la sociedad, son maleducados, abusivos, atrevidos, amenazantes y fumadores. Los hombres que pasan manejando por allí se inquietan y las mujeres sufren pánico.
Estos Oliver Twist hondureños no saben que existe la Constitución y menos que la escolaridad es obligatoria y gratuita, en el papel, que puede con todo. En los programas de gobierno solo son una estadística y la alcaldía les ofrece un carné de pobre, para pedir legalmente.
No todos son habituales de las calles. Algunos viven con sus familias en sus insostenibles casas construidas con restos de ciudad, y en esos inextricables barrios que nadie quiere visitar; solo la necesidad laboral acerca a los distribuidores de churros, de agua, de refrescos o de telefonía celular, porque, eso sí, tienen buenos teléfonos y alguno me ha confesado orgulloso que ven televisión en una enorme pantalla de plasma.
Si las cosas siguen igual, como seguramente será, solo quedará esperar que el voluntarioso azar los lleve a cargar bultos en el mercado, a lavar carros o a pegar ladrillos para que después no pasen de empuñar un bastón limpiavidrios a una 9 milímetros. Mientras, los políticos seguirán siendo políticos, la gente indiferente y el mundo dando vueltas.
Definitivamente es un buen tema para escribir sobre ellos, un día de estos.
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