LOS ABUELOS

LOS ABUELOS


Editorial La Tribuna

UNO de los problemas del hondureño actual, en ligamen con el traído y llevado tema de la identidad, es la ausencia de los respetables abuelos con sus viejas tradiciones mayormente positivas en los procesos de educación familiar extraescolar. Los abuelos parecieran merodear por ahí cerca, pero en una forma ausente, ya sea porque los mismos padres de las nuevas generaciones contribuyen al irrespeto de los viejos; o porque los abuelos, en sus constantes migraciones del campo a la ciudad o entre unos pueblos y otros, perdieron las tradiciones o dejaron de ser venerables como solían serlo antes.

En los tiempos que corren los abuelos son ignorados por las problemáticas antes señaladas; o porque los arrinconan, en el mejor de los casos, en las partes más orilleras del contexto de opinión familiar. De ellos lo que se subraya es que están desempleados, que son achacosos o que en nada contribuyen al peculio familiar, razón por la cual sus opiniones, buenas, regulares o malas, son ignoradas o pasan a un tercer plano del tinglado de cada hogar. En el peor de los casos los abuelos y bisabuelos terminan con sus huesos en los “hogares de ancianos”; o envueltos en cartones en las aceras de las más importantes ciudades. Y en los pueblos más alejados mendigan en los pórticos de los cementerios.

Algunos de estos abuelos despreciados, marginados y olvidados, fueron personajes más o menos importantes en la política; la literatura; la docencia; el mundo micro-empresarial; las iglesias; o en las famosas profesiones liberales. Algún rol aceptable desempeñaron para salir adelante con sus hijos y sus nietos, que hoy les humillan y olvidan. Todavía hace algunas décadas estos abuelos, de ambos sexos, eran la delicia de las historias y los testimonios orales de cada familia, aldea y municipio. La parentela de nietos solía reunirse en torno de una fogata improvisada o de algún fogón típico, para escuchar con embelesamiento las fábulas y cuentos de camino real, que de alguna manera contribuían a mantener unidas las familias y alimentaban el imaginario colectivo de la sociedad.

Los pueblos y naciones de diversas culturas , organizaban los “consejos de ancianos”, a los que se acudía para pedir directrices sobre graves problemas, inesperados, que podría afrontar cualquier sociedad. A veces los ancianos fungían como “jueces” para dirimir conflictos interfamiliares de las tribus y de las mismas civilizaciones originarias. Esta capacidad de consejería se explicaba por la experiencia acumulada en la vida de cada uno de los abuelos. O por los conocimientos transmitidos de generación en generación. En la misma civilización griega los antiguos pensadores acudían al “Oráculo de Delfos”, para consultar a las pitonisas sobre asuntos de la vida y de la muerte, y en consecuencia sobre lo pertinente o impertinente de una probable guerra. Detrás de las pitonisas operaba un conjunto de sacerdotes ancianos que recibían información de primera mano procedente de diversos pueblos y ciudades, que servían a la hora de formar consenso detrás de los oráculos.

Tanto la experiencia acumulada como aquellas tradiciones reciben, hoy en día, el desprecio de nuestras sociedades, apuradas o estresadas, que no han demostrado, en ningún momento, que sean más inteligentes que las sociedades influidas por los abuelos. Es decir, los mismos ancianos que además de ofrecer consejos leían en voz alta, especialmente las abuelas, los libros más importantes de la literatura universal, y que escuchábamos en las noches estrelladas o en los días de temperaturas bajas. Inclusive en los días de tormentas y relámpagos que las abuelas parecían controlar los siniestros de la naturaleza mediante la bellísima repetición de letanías cristianas. Una reconsideración sobre la experiencia y el conocimiento de los abuelos, podría ser alentadora y redituable, especialmente para varios jóvenes cuyo único proyecto pareciera ser el acto de fumar marihuana o de asaltar a los vecinos en cada esquina de barrio.

Comentarios

Entradas populares