El hombre es más de lo que su razón cree

El hombre es más de lo que su razón cree


ALEJANDRO A. TAGLIAVINI

Al hombre lo mata su soberbia: cree que con su raciocinio puede desafiar al cosmos y hacer lo que le plazca. Parece irrelevante lo que decían los griegos, como Aristóteles: que existe una naturaleza, con un orden, anterior al hombre y, por tanto, más sabia, que desarrolla la vida. Clásicos griegos que, además, advertían de que la violencia, precisamente, es aquello con lo que se intenta evitar el desarrollo natural y espontáneo de los hechos: la ejercemos cuando algo no nos gusta -nuestra razón nos convence hasta con “pruebas científicas”- y lo forzamos para que cambie.

El hombre se cree capaz de superar a la naturaleza –“creada por Dios”- y se destruye. Por caso, a diferencia del mercado natural donde las personas pacíficamente intercambian -o no, si no quieren- dinero por la mercancía que prefieren, los políticos creen que cobrando impuestos coactivamente -utilizando el monopolio de la violencia estatal- pueden obtener resultados superiores a lo que sucedería en un intercambio voluntario. Se deben forzar los impuestos -dice el racionalismo- porque de otro modo nadie los pagaría.

Luisa Corradini, reflejando esta soberbia, escribió una nota cuyo título es casi blasfemo: “Utrecht, la ciudad donde nadie será pobre”. En rigor, puede ser verdad, lo blasfemo es que se quiera lograrlo destruyendo a la naturaleza. Resulta que en días comenzarán con una suerte de “ingreso incondicional de existencia”: un ingreso mínimo de subsistencia a todo ciudadano, desempleado o no. Los suizos, por su lado, se pronunciarán por referendo este año. Suena bonito, como toda demagogia oficial, pero el fondo es falso.

Inicialmente, Utrecht escogerá 300 desempleados y cada adulto recibirá € 900 mensuales y cada familia 1,300, aun cuando encuentren trabajo. Los defensores del sistema, como la ONG Basic Income Earth Network, aseguran que se erradicará la miseria. El University College de Utrecht monitoreará el experimento a fin de determinar si genera pasividad.

El antecedente histórico es el “impuesto negativo sobre la renta” (INR) propuesto por Augustin Cournot en 1838, desarrollado por Juliet Rhys-Williams en 1940, por Milton Friedman en 1962 y James Tobin en 1965. Consiste en reemplazar todas las ayudas sociales -gastos del Estado- por un ingreso básico garantizado a todos, por caso $ 1,000. El que no paga impuestos cobra este básico y el que gana 40,000 y paga 10,000 de impuestos también lo cobra con lo que termina abonando $ 9,000.

El tema es “clave” ahora que “la destrucción masiva de empleos provocada por la robotización y la digitalización” está de moda, como consecuencia de la “cuarta revolución industrial”. Ridículo. La tecnología no recorta empleos, como dice el sentido común, sino que los multiplica: hoy la gran mayoría de las personas trabaja en alta tecnología como Internet, smartphones, aviones, etc.

La naturaleza provee de trabajo para todos -hay tanto para hacer: viviendas, escuelas, etc.- y de alimentos: hoy el mundo produce más que lo necesario para alimentar a la humanidad. ¿Por qué faltan? Trabajo, porque el Estado impone -utilizando el monopolio de la violencia- leyes como el salario mínimo que deja desocupados a los que ganarían menos, y la pobreza es creada, irónicamente, por los impuestos -con los que se solventaría, el “ingreso universal”- ya que los más ricos los derivan hacia abajo subiendo precios o recortando salarios

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