Si ella muere, que sea dignamente

Si ella muere, que sea dignamente


WALDO RIVERA PORTILLO

Muchos le echan la culpa de todos los males del país a nuestra Constitución de la República, sin embargo, debemos resaltar su grandeza.

Ella ha permitido que cada cuatro años tengamos alternancia en el ejercicio de la presidencia de la república, y elijamos diputados y alcaldes; que cada cuatro años los hondureños tengamos la oportunidad de escoger dentro de la clase política a aquellas personas que a nuestro criterio reúnen los requisitos de idoneidad. Ella ha sido el baluarte para que nuestra sociedad siga evolucionando política y socialmente, constituye uno de los pilares fundamentales del respeto a los derechos fundamentales en armonía con los tratados y convenios internacionales en materia de los derechos humanos, su rigidez ha hecho posible evitar el manoseo político, en tanto que los artículos pétreos han constituido la muralla que contiene las ambiciones de personas a las que les gustaría perpetuarse en el poder.

Ella ha sido apacible con los hondureños, descalificarla ahora sería injusto, provocaría igual dolor que el que provocó el expresidente Óscar Arias, de Costa Rica, cuando dijo que era un adefesio jurídico, olvidándose semejante personaje que ella es la expresión genuina de todo el pueblo hondureño; sin embargo, la frase de Arias tenía un norte, estaba buscando una reforma constitucional en Costa Rica que permitiera la reelección presidencial.

Ha sido mancillada muchas veces, desgarradas sus entrañas, pero aún rota su vestidura sigue enarbolando la bandera de la libertad, sosteniendo al Estado de derecho; antes de cambiarla deberíamos preguntarnos si lo que debemos cambiar es a nuestra clase política, que trafica con los intereses de la nación, y si la respuesta es que debemos cambiarla a ella por otra más joven y robusta, depositemos sus restos dándoles los honores que merece, que sus hijos lo hagan con ternura, que la lloren, no desdeñándola, infamándola ni ultrajándola.

Ella merece todo nuestro amor, ha dado luz a esta nación por 34 años, si la consideran vieja y desdeñada, no la entierren en la noche, es necesario que su muerte sea vista por todo el pueblo hondureño, a la luz del día, aunque sus asesinos yacen entre penumbras. Ella merece una muerte digna.

Y si sus hijos e hijas, al ver que está en agonía, la quieren viva y renovada, fuerte y presuntuosa de su sabiduría, señores diputados, háganle una transfusión de sangre nueva, no la abandonen, no la den por muerta, ella a pesar de todo sigue conservando su espíritu, manteniendo su esencia, podemos embellecerla, curar sus heridas, restaurar sus vestiduras raídas y vestirla de blanco, limpiando lo que los impíos y paganos le han hecho, porque aún con todo lo que ha sufrido, su suave mirada puesta en el horizonte, sigue siendo de ternura, de amor y de perdón, sus ojos maternales observan a sus hijos, los buenos y los malos, los quiere a todos, y más a aquellos que le han hecho sufrir, que le han provocado dolor, hoy es el tiempo, o la entierran o la salvan.

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