Justicia salarial

Justicia salarial


Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)
Cuando uno incursiona en la empresa privada y analiza detenidamente la mecánica y la lógica de su funcionamiento, no puede dejar de hacerse una pregunta: ¿Cuán justo es un salario, de modo tal que su obtención satisfaga todas las necesidades del trabajador y le permita vivir dignamente? ¿En qué medida un salario es, o no, justo? En un sistema capitalista, la cuestión de los salarios ha sido resuelta de una manera economicista: los salarios dependen de la oferta y la demanda laboral. A mayor oferta del empleador y menor demanda de trabajo, los salarios tienden a subir de precio; a mayor demanda y menor oferta de los empleadores, los salarios tienden a la baja o a su estancamiento. Esa última condición es la que prevalece actualmente en Honduras.
La riqueza empresarial, en síntesis, producto de la rentabilidad de los negocios, después de deducir los costos de producción -incluyendo los pagos de salarios- e impuestos, se convierte en el fin último del espíritu emprendedor capitalista. El empresario, dueño de los medios de producción, determina en buena medida lo que está dispuesto a pagar según sus costos de producción y de acuerdo a las condiciones del mercado salarial, que casi nunca reflejan la realidad económica del país. En otras palabras, el empresario determina esa oferta y esa demanda laboral: ¿Es eso justo? No lo sé.
En los regímenes socialistas, el problema queda solventado con un igualitarismo en la paga: el Estado, dueño de los medios de producción, también determina los precios salariales según la especialidad. Después de deducir los bienes y servicios que se asignan a cada persona, el Estado otorga a cada trabajador, un par de pesos para gastos personales. ¿Es esto justo? Pareciera que sí, pero no lo es.
Desconfío cuando un empresario afirma que se pagan “salarios justos”, así como cuando los voceros sindicales y los intelectuales marxistas se refieren a la inequidad o a la injusticia salarial capitalista. Ni en la una ni en la otra parte existen fundamentos como para arbitrar en qué momento un salario puede considerarse definitivamente como “justo” o “injusto”. En tiempos de Marx, la cosa resultaba fácil: la división del trabajo no era tan complicada y los salarios se derivaban según la especialización de los pocos gremios existentes. En pleno siglo XXI, la complejidad de las especializaciones hace más difícil la definición salarial. Los factores que se proponen para determinar lo valores a pagar son, el “expertise” adquirido y los conocimientos individuales según el nivel académico  del trabajador. En Honduras se continúan utilizando las obsoletas encuestas salariales de mercado.
El otro aspecto, no menos debatible, es lo que se refiere a las ventajas competitivas de un país donde los salarios resultan más bajos que en el resto de la región. El razonamiento se basa en que los inversionistas se verán atraídos por esa “ventaja” competitiva que para los trabajadores, no representa otra cosa que contar con una “chambita” en lugar de estar desempleado. La maquila nos demuestra que los operarios, si bien gozan de un empleo digno, la capacidad de ahorro es de suma cero. ¿Es eso contribuir al desarrollo? No lo sé, pero sospecho que no.
Fuera del moralismo de los marxistas y del cinismo empresarial en el tema, creo que es hora de que los empresarios revolucionen el concepto de los salarios a través de los rendimientos de productividad versus costos y el sistema de paga base-variable. A todo nivel. Eso deberá ir asociado con ciertos estímulos -según rentabilidad-, para ir incentivando el rendimiento individual y no remunerando a la usanza sindical o socialista, es decir, a todos por igual, no importando si algunos agregan o no, valor a los procesos. Hay que extirpar al Estado y a las centrales obreras de estas decisiones porque el salario mínimo “consensuado” resulta ser la más execrable de las mentiras.
La justicia salarial es aquella que permite a los trabajadores recibir, eso sí, una paga justa por su condición de experto, pero también en base a su productividad individual. Y que las empresas comiencen a practicar la responsabilidad social hacia adentro, no hacia afuera, como lo hacen en este momento. Eso implica hacerse cargo de muchas de las necesidades de los trabajadores, desde la vivienda hasta la seguridad social de calidad, que se agregarían en un solo paquete de condiciones sociales de trabajo. Hay que pensar en moderno.

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