Reciclando conductas

Reciclando conductas


MIGUEL A. CÁLIX MARTÍNEZ

Reutilizar, reducir y reciclar. Las tres erres. El triángulo verde, elaborado con flechas que forman un ciclo. Poco a poco nos hemos acostumbrado a ver el omnipresente símbolo en lugares públicos, objetos de uso personal y sitios cotidianos, en basureros, productos desechables, oficinas, escuelas y calles. En las ciudades por doquier encontraremos este ícono de la vida moderna que promueve el cuidado del medio ambiente e invita a todos a asumir una conducta de responsabilidad y solidaridad con su disfrute por las generaciones futuras.

Para facilitar el reciclaje, se enseña desde hace varios años a nuestros hijos (y a través de ellos a la ciudadanía en general) a separar la basura en distintos tipos, según sea la materia de la que está compuesta: papel o cartón, plásticos, vidrio, materia orgánica o aluminio. La separación de los desechos permite su mejor aprovechamiento por parte de la industria del reciclado. A diferencia de otras sociedades desarrolladas en las que solamente se requiere la proactividad de las personas en la clasificación y descarte de la basura (mediante la utilización de contenedores para su recolección por personal de aseo de empresas públicas o privadas, al servicio de los ayuntamientos), entre nosotros la actividad de separación y recolección ha quedado en manos de los segmentos más pobres de las urbes, que se desplazan a lo largo y ancho de estas para recuperar todos aquellos desechos susceptibles de reciclar.

Es decir, mientras en el mundo desarrollado la recolección de los desechos reciclables está incorporada a la gama de servicios de limpieza pública, en el menos desarrollado es uno de los medios de supervivencia marginal a los que se ve orillada la población de los más precarios estratos económicos.

Desde hace muchos años separamos la basura en mi hogar. La toma de conciencia fue paulatina y resultó de una mezcla de factores: mi permanencia en el extranjero (en varias etapas de mi vida), donde aprendí su importancia, como la practicidad al descubrir que, de no hacerlo, las bolsas de basura que se colocaban en la calle en espera del tren de aseo terminaban rotas por las manos de los recolectores anónimos que circulaban por nuestra cuadra, al acecho de los desechos domésticos. Latas de aluminio, botes de plástico, papel periódico y cajas de cartón, botellas de vidrio, entre otros objetos que nos acostumbramos a clasificar y colocar por aparte o en bolsas diferenciadas, eran recogidas por un pequeño grupo familiar temprano en las mañanas que, reconociendo nuestra conducta, no regaban la basura (como sí ocurría con otras de la cuadra que no tenían el mismo hábito). Pudimos darnos cuenta que nuestra acción producía una reacción favorable, que pronto fue copiada por otros en nuestro sector que reconocieron el sentido común y utilidad detrás de ella, ya que facilitaba el “trabajo” de recolección no oficial.

Todavía estamos muy lejos de reciclar como se debe. No forma parte de un servicio público a exigir. Sin embargo, colaborar con las personas y familias que se dedican a ello, para que sea una actividad más limpia y digna, puede ser un buen comienzo.

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