Ciudadanos e impuestos

Ciudadanos e impuestos


NICOLÁS RISHMAWY

Nadie puede negar que, a lo largo de los últimos años, el país ha experimentado cambios dramáticos en todos los órdenes. Pero un ámbito en el que el cambio ha sido sumamente limitado es quizá el más importante de todos: el de los ciudadanos.

Los hondureños, tradicionalmente vistos y tratados como súbditos, han alcanzado derechos nada despreciables, como el del voto, pero no tienen capacidad de hacer valer otros derechos que le son inherentes en todas las democracias serias. El tema es relevante, pues de la existencia de una ciudadanía sólida y comprometida depende la capacidad de crecimiento de una sociedad. Se trata de un punto neurálgico en la construcción del país.

La ciudadanía consiste en un equilibrio frágil entre derechos y obligaciones. No hay uno sin el otro. No se puede ser ciudadano si no se aceptan las obligaciones que esa identidad entraña, y no se pueden reclamar derechos si no se reconoce el intercambio natural y lógico de estos por responsabilidades.

El hecho de que muchos hondureños demanden beneficios pero no estén dispuestos a responsabilizarse de sus actos es una muestra fehaciente de la ausencia de esa vivencia ciudadana. Sobran ejemplos de lo anterior: desde los “universitarios” que obstaculizan el portón de la rectoría y esperan que sus actos queden impunes, hasta el taxista que “renta” un espacio de estacionamiento en la vía pública como si se tratara de una conquista bien ganada, sin saltarnos a los empresarios y personas naturales quienes con éxito no han pagado sus impuestos por años o décadas.

Existe un buen número de estos empresarios, y de hondureños en general, que siguen percibiéndose a sí mismos como súbditos y derechohabientes, no como ciudadanos.

Los impuestos son un componente esencial en toda sociedad organizada. La vida en sociedad cuesta: desde la construcción de infraestructura hasta la seguridad de sus ciudadanos. Y aunque es fácil disputar el mérito de pagar impuestos, todos sabemos que son un hecho de la vida real.

Los problemas tributarios se encuentran en la falta de control y facilidad en la manera en que los impuestos son recaudados, lo que genera enormes oportunidades de evasión que muchos aprovechan, con los efectos conocidos: unos cuantos acabamos pagando por todos los demás. Incluidos en esta caterva desde los “eximidos” como los maestros, hasta los “privilegiados” como los médicos y abogados.

El otro problema reside en que la población no se siente obligada a pagar sus impuestos: lo percibe más como una imposición arbitraria que como una responsabilidad ciudadana; y la verdad no es para menos, la confianza del hondureño se perdió hace muchos gobiernos.

Lo que domina en el país es la noción de que los impuestos son como el diezmo, una obligación sin más. En Tegucigalpa, sin embargo, ante la excelente gestión de su alcalde, ya hay habitantes que empiezan a pagar sus impuestos municipales con otra óptica… se está creando ciudadanía.

Mientras nuestra realidad nacional no cambie, y mientras la población no acepte que ser ciudadano también encierra obligaciones, los hondureños seguiremos haciendo como que pagamos y el gobierno seguirá haciendo como que gobierna. Nada nuevo bajo el sol.

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