A mitad del camino
A mitad del camino
NICOLÁS RISHMAWY
Este mes concluye el segundo año de gobierno del presidente Hernández, un período caracterizado por dos fuertes tensiones que no han logrado conciliarse.
La primera surge de las enormes expectativas que se generaron, pero que fueron inalcanzables en el corto plazo; la otra es la tensión que producen los desquicios provocados por una nueva realidad que no encuentra correspondencia en las instituciones encargadas de hacer posible el desarrollo del país.
Al término de estos dos años el país muestra una clara tendencia: aunque hay un gobierno que, contra todo pronóstico, ha logrado avanzar en varios frentes, sigue sin contar con una articulación eficiente.
A dos años de las elecciones más participativas que Honduras ha tenido, el gobierno aún tiene el reto de sentar las bases de un nuevo camino para el desarrollo del país.
Se trata de un reto difícil, al gobierno actual le ha tocado actuar en un contexto mundial inédito por su complejidad, y en el ámbito interno el cambio difícilmente pudo haber sido más profundo.
El solo hecho de la nueva composición del Legislativo constituye una transformación radical del sistema político hondureño.
No menos importante y trascendente fue la crisis del 2009 que afectó al país en todos los frentes y con los cuales el Presidente ha tenido que lidiar cotidianamente.
Si las circunstancias han sido particularmente difíciles, no menos importantes han sido las deficiencias que han caracterizado al propio gobierno.
La gestión del presidente Hernández vino acompañada del deseo de imprimirle una ética de transparencia y mucho trabajo al servicio público, lo que sin duda ha transformado muchos procesos; sin embargo, lo que ha sido visible y está teniendo repercusiones en este momento es la incapacidad del gobierno de comprender la complejidad de conectar anhelos con realidades; así como ciertos intereses que se han colado en el corazón de la estructura del nuevo gobierno. Pues ciertamente, la corrupción no se acaba con buenas intenciones.
Por encima de todo, el gobierno ha adolecido de falta de articulación. Claramente, el Presidente tiene una visión muy desarrollada de la Honduras que quisiera construir, pero no existe una conexión directa entre ese objetivo y la vida cotidiana. Es decir, no existe un proyecto claramente articulado y un eje funcional que verdaderamente coordine a todos los componentes de la administración.
Si bien lograr una coordinación efectiva es difícil en cualquier gobierno, la nueva estructura que formó el presidente Hernández se tradujo en un gobierno obediente pero disperso, compuesto por intereses y objetivos diferentes, y en ausencia de ese eje rector el resultado aún deja mucho que desear.
Nadie puede anticipar con certeza cómo va a terminar el cuatrienio, pero existe la tentación de confiar en el hecho aparente de que vamos en la dirección correcta, no obstante, todavía estamos a tiempo para dar un golpe de timón.
Lo imperativo es restaurar la esperanza que el presidente Hernández generó entre los hondureños, pero esta vez de la mano de una estrategia idónea para hacerla realidad. Honduras sí está cambiando, pero falta mucho trecho por avanzar.
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