Corrupción en los sindicatos

Corrupción en los sindicatos


PABLO CARÍAS

La huelga bananera de 1954 nos trajo un movimiento sindical vigoroso, origen de la legislación laboral y de un liderazgo puesto a prueba en las más gloriosas luchas reivindicatorias en el país.

Aunque el germen de la división estuvo presente desde su nacimiento, la lucha entre los dirigentes sindicales en aquellos tiempos era más por cuestiones ideológicas.

Era común oír hablar de sindicalismo patronal y sindicalismo de clase; sindicatos patronales eran aquellos influenciados por el sindicalismo estadounidense y los de clase, los sindicatos unidos al sindicalismo de lo que era la Unión Soviética. Había una especie de competencia entre ambas corrientes para medir el grado de credibilidad en la lucha por las mejoras económicas y sociales.

Con los años vino el germen de la corrupción, figura clave en eso fue la aprobación en 1973 del decreto 30 que de manera compulsiva obliga a los trabajadores de las empresas que sean beneficiarios de un contrato colectivo a pagar una cuota, aun cuando no estén afiliados a la organización sindical.

Desde el mismo momento de la aprobación del mencionado decreto se advirtió del peligro que eso representaba para el sindicalismo, al convertirse en una fuente de corrupción. Pareciera que a la patronal le resulta más fácil negociar con dirigentes deshonestos donde las presiones por mejoras salariales se pueden negociar a cambio de beneficios personales.

En el pasado la cuota sindical era voluntaria y las finanzas de las organizaciones gremiales eran muy modestas, apenas cubrían los gastos administrativos.

Ahora hay sindicatos que perciben por ese concepto cantidades millonarias, algunos dirigentes hacen uso de esos recursos casi de manera discrecional, rindiendo pobres informes financieros ante unas asambleas poco informadas y sin ningún interés por conocer a fondo la naturaleza de los gastos, el Estado tampoco tiene mecanismos para conocer de esa gran estafa que se genera en esas organizaciones.

El pago de la cuota sindical se ha convertido en una especie de “impuesto de guerra” ya que, en una circunstancia como la que estamos viviendo donde la firma y defensa de la contratación colectiva es prácticamente inexistente, no hay razón para el pago de la misma.

En la actualidad ningún sindicato es capaz de defender las conquistas que en el pasado el Estado era capaz de otorgar y garantizar.

En algunas instituciones públicas y de la empresa privada, vemos despidos masivos y nadie es capaz de protestar y luchar para evitar la violación de la legislación laboral y de la propia contratación colectiva.

Prácticamente ha desaparecido la lucha ideológica en el movimiento sindical, la misma ha sido sustituida para luchar por el control de las juntas directivas de los sindicatos y de las centrales obreras, hay organizaciones gremiales que en su historia habrán conocido a dos o tres dirigentes, sus líderes llegaron para quedarse, confundiendo un servicio con una actividad que les reditúa privilegios en detrimento del interés de los trabajadores.

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