Idioma efervescente

Idioma efervescente


Por Segisfredo Infante

Un famoso y controversial filósofo alemán del siglo veinte, cuyo nombre es archiconocido para los sabedores de estos asuntos, sostenía que “El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada.” (…) Y “El pensar sólo actúa en la medida en que piensa”. Es de suponer que el mismo se trata de un ensayo filosófico. No lingüístico. Sin embargo, como el pensador aludido filosofaba, principalmente, desde su idioma, es pertinente recordar que para los expertos de hoy en día el “lenguaje” camina mucho más allá que la “lengua” o el “idioma” gramaticalizado. Aquí es donde entra con pie firme la semiótica, con sus señales, gestos, gruñidos, jergas, representaciones y simbologías. El novelista italiano Umberto Eco es uno de los expertos en el lenguaje semiótico.

Pero en este caso queremos referirnos a la lengua española, la cual, según Emilio Lorenzo, se encuentra en completa “ebullición”, al grado de desconcertarnos. Como hace bastante tiempo se deslindó una especie de frontera entre la lengua ordenada y las formas habladas de esa misma lengua, es harto difícil penetrar en las particularidades de los grupos de hablantes en cada país y cada región, sobre todo cuando se trata del idioma español, alimentado por indigenismos y toponimias de América, y penetrado, quizás hasta los huesos, por extranjerismos y tecnicismos predominantemente anglosajones. Empero, el español subsiste con “vitalidad”, según expresión enfática del citado Lorenzo en su libro “El español de hoy, lengua en ebullición”. Nosotros conocemos la edición de Editorial Gredos del año 1980, prologada por Dámaso Alonso, quien textualmente pregunta y responde: “¿qué es el estado actual de una lengua? Esa abstracción de nuestra mente no puede tener correspondencia con los hechos reales del habla, salvo si ella misma cambia, es decir, es verdaderamente “actual”. Es una alteración constante de valores, por innovación, y, claro, está, por desuso. La lengua es como una cinta que se fuera destrabando por uno de sus extremos (los puntos donde obsolece) y urdiéndose por el otro (por donde se innova). La lengua es presente absoluto como nuestras vidas y tan inestable, tan inconstable como ellas”, termina diciendo el estudioso Dámaso.

Cuando se trata de los hablantes de una lengua y de sus formas específicas de habla, Emilio Lorenzo se refiere a las formas coloquiales de hablar y de escribir, esto es, el “realismo narrativo”, a veces exagerado y exagerante. No estamos aludiendo, agregamos nosotros, el estilo particular de los grandes escritores, con sus licencias literarias, sus giros personales y sus neologismos, que tanto molestan a los puristas del idioma. Sino que nos referimos a los coloquialismos de la gente común y corriente, que son recogidos por algunos cuentistas y novelistas. Incluso por ciertos poetas. Esas formas coloquiales del español actual se mezclan, desde nuestro punto de vista, con las jergas de cada subgrupo y con los extranjerismos angloparlantes. Pero que al mismo tiempo de ser influidos (dichos subgrupos) influyen a su vez a otras lenguas; más específicamente al inglés. De tal modo que desde hace algunas décadas se menciona el “chicanismo” de los mexicanos en Estados Unidos, y el “spanglish” de muchos hispanos que viven o pernoctan por allá. También existe el extraño dialecto “inglés” de varios isleños del Caribe.

El presente artículo ni siquiera es un esbozo del problema. Pero la circunstancia es tal que algunos autores se atreven a expresar que en varios países de América Latina lo que se habla son dialectos derivados del castellano. Personalmente considero que el español actual ha llegado a un nivel de madurez gramatical y emocional desde el cual se puede producir ciencia pura y la más alta filosofía de los tiempos. Desde luego que subsiste el problema filosófico de “la casa del ser” heideggeriano, habida cuenta que esa casa es comparativamente inestable si sólo pensamos en cada uno de los idiomas específicos de cada zona geográfica: unos en extinción, algunos en descomposición y otros en franca evolución, quizás en estado efervescente. Mientras tanto, si las circunstancias misteriosas y concretas lo permiten, seguiremos indagando lentamente sobre el asunto, con las modestias y limitaciones de una larga época otoñal. También volveremos, con cautela, a las páginas del señor Lorenzo, y de otros expertos en el idioma desde el cual pensamos y escribimos.

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